CAPÍTULO II VOLVERLA A VER El cereal matutino no salió de su caja esa mañana, la cafetera permaneció desierta, y yo sin ducharme con cigarro en mano, sentado entre la ropa sucia que vivía en el sofá. Miré a la nada, me perdí en ella con el humo disperso en mi cabeza, la cual conservaba a esa chica de ojos azules tan inquietantes, tan prepotentes, que odié mirarlos, pero tan intensos que hablaban por si solos. ¿Qué querían decirme?, ¿por qué el miedo a mirarla a los ojos?, ¿por qué estaba en mi sueño esa mujer que no había visto antes en mi vida?, eran las cuestiones que venían a mí, a cada fumada. Tanto pensar en ella que el tiempo se fue con la cajetilla, el cenicero se inundó de colillas y yo aún no descifraba la presencia de ella en mi sueño. Tal vez era el rostro de una muchacha que conocí en un bar, una de tantas que me dijo que no, o quizá alguna de las que me llevaron a su cama, pero esos ojos eran inconfundibles, no se podían olvidar en la resaca, mucho menos perde