Sonríe
Ramiro
es un señor de 55 años, barba estropeada, tez morena y delgado como un fideo, en
general de aspecto deplorable por empaparse de vicios. Pero tiene un talento,
sus manos se manejan por si solas, con ellas dibuja inimaginables paisajes,
retratos parecientes a fotografías, infinidad de cosas logradas con un lápiz y
una hoja de papel, aunque ganaba más haciendo caricaturas de los turistas que
acaparaban la ciudad los fines de semana. Y ahí, en la calle principal, sentado
en un bote, dejando en el suelo una tela cubierta de todos los retratos que ha
hecho esperaba que le llegaran los clientes. Estos se acercaban, pero la
actitud déspota de Ramiro los hacía irse con la molestia reflejada en sus
rostros. Nunca tuvo tacto con las personas, su mundo de vicios lo aisló del
poder entablar una plática con alguien, y tenía un enojo con la vida
escupiéndoselo a cualquiera. Pocos turistas le compraban, los suficientes para poder mantenerse, sin
embargo, el enojo seguía latente en su mirada, en sus palabras, exigiendo
dinero a la gente, reprochándoles porque solamente miraban y en una de tantas
rabietas, cuatro jóvenes se pararon a
ver las obras de este gran dibujante, interesados en que les hiciera un dibujo
en donde salieran los cuatro, Ramiro se excedió en el precio, además la forma
de vendérselos fue tanto grosera como altanera, cosa que los jóvenes no tenían
porque tolerar, por lo que decidieron decir simplemente gracias y seguir,
Ramiro les tiró palabras altisonantes, palabras que se perdieron en el viento,
pero insistían en golpear el oído de estos cuatro que se sentaron en una mesa
en la acera de enfrente de un pequeño bar. La mirada de Ramiro hacia ellos era
inminente, el enojo salivaba por la comisura de sus labios y hablaba solo,
tiraba manotazos al aire, buscaba pleito simplemente por pelear. Los jóvenes no
le dieron mucha importancia, pero continuaron con la mirada en los movimientos
de Ramiro, quien se sentó en el bote con la pierna cruzada, fumándose un
cigarrillo para relajarse un poco, aunque su rostro estaba tieso, con la mirada
dura y ni una sonrisa quería salir. Nunca sonreía, así era él, desde niño
sufrió que ni tiempo le dio para reír, eso era cosa de ricos, él solo pensaba
en sobrevivir, viviendo en la calle, sin padres, sin nadie.
Uno
de los jóvenes que también tenía el mismo talento de Ramiro, agarró una
servilleta y con una pluma de tinta negra comenzó a dibujar a Ramiro sentado en
el balde, el cuerpo pequeñísimo, la cabeza enrome con el cigarro en la mano.
Una caricatura muy buena, era idéntico a Ramiro, las gafas medias rotas, la
barba sin arreglar, ese overol desgastado y la camisa de cuadros de bajo, la
única diferencia era que en el dibujo Ramiro tenía una sonrisa de oreja a
oreja. Los amigos del joven se impresionaron tanto del dibujo que le dijeron
que se lo diera, éste se negó ya que pensaba que lo podría golpear por la bromita.
En ese instante Ramiro fue al baño del local que se encontraba detrás de él,
momento que aprovechó un amigo del joven para dejar la servilleta sobre el balde.
Corrió rápidamente a la mesa y brindó con sus amigos esperando a que saliera
del baño Ramiro, quien al llegar a su sitio observó la servilleta y los ojos le
brillaron al verse en ese papel, brotando en su cara una breve sonrisa al ver
la frase que estaba escrita a un lado de su rostro: “Sonríe” … Ramiro volteó
para todas partes, veía gente pasar y entre la multitud se escondían estos
jóvenes que mostraban felicidad al ver a Ramiro sonriendo, esa sonrisa primeriza
que se volvió carcajadas. Luego de unos minutos se sentó en el balde, cruzó la
pierna, prendió un cigarro y sonrío, extrañado por ese sentimiento que se
apoderaba de su boca, pero lo hacía por primera vez feliz.
he conocido a a tantas mujeres bellas, pero pasa algo, muchas de ellas no sonríen bloqueando así esa vía de comunicación, la sonrisa es un arma, una virtud que quien la practica hace que su vida se rodee mas de gratitud y buena vibra, una sintonia en la que uno puede vibrar y ser mas feliz y curioso que todo gracias a una sonrisa.
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