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Relato corto: EL INICIO DE LA NAVIDAD







EL INICIO DE LA NAVIDAD




Hace muchísimos años la navidad no era como la conocemos hoy en día, las calles eran tristes, bañadas en un tono gris, envueltas en lo faltante de sonrisas de los niños que se escondían en casa junto a sus padres todo el mes de diciembre, esto por culpa Gullit; un ser despreciable, grande y gordo con una barba enredada entre las marcas de amargura en su rostro, ojeras pronunciadas por falta de sueño y tal vez por todo ese llanto que algún día acapararon sus ojos y gota tras gota empezaron a hundir debajo de los mismos, dejando un acantilado oscuro como su alma.
Nadie conocía de donde provenía ese odio inmenso hacia la sociedad; dicen que brotó al ser abandonado por sus padres cuando era niño, otros le echan la culpa a la vida misma que se portó como una cretina al darle ese destino de soledad, que lo fue vistiendo de oscuridad. Se decía una y otra historia, pero nadie le preguntaba cuál era la verdad. Absolutamente nadie sabía que él se perdió un día de diciembre de la primera navidad. Mientras todos disfrutaban de su familia, risas y más, el lloro dejaba huella en el camino recorrido por Guillit, ese sendero que se hizo laberinto para él, y nunca más volvió a saber de su familia, no tenia idea como llegar a casa, era un pequeño en un mundo inmenso que no dejaba ver su final.
Y así pasaron los años con el enojo llevándose su juventud, al tiempo que rompía ventanas, destruía calles en pleno diciembre; ese mes donde el frío trae recuerdos de nostalgia, las familias se juntan, siendo el dar y recibir la melodía que armoniza las noches, junto con la chimenea prendida esperando la cena. Sin embargo, ese olor a leña quemada, el convivio familiar y las risas se desvanecían al paso de Gullit, dejando en diciembre noches gélidas que ni el propio cobijo de la familia podía calentar.
Desbarataba el pueblo a su paso, buscando quien sabe que, dejando que diciembre se fuera como un mes triste, igual que su mirada, la cual regresaría para el otro año en esa eterna helada en donde el poblado se volvería ocultar.
Un 24 de diciembre, Gullit golpeaba todo a su paso, las calles quedaron desvestidas hasta que una canción suspiró en su oído. Era esa melodía que su padre le cantaba de niño, esa letra le hizo recordar ligeramente a su padre en esas noches que su voz acurrucaba esa canción desconocida, pero ahora alguien la sabía. Gullit despertó del trance de tranquilidad y fue en busca del sonido melódico que se guardaba entre cartones en un callejón. Era un niño desnutrido, pero con la alegría en su cantar, que al ver a Gullit continuó sereno, no le dio miedo porque qué le podría hacer, si la vida ya le había hecho de todo. - ¿Dónde escuchaste esa canción? - le preguntó Gullit con rabia. – Un anciano me la enseñó –. El pueblo enmudeció al ver al gran hombre gordo con la barba estropeada enfrentarse a un pequeñín que no se inmutaba, quien le contaba de un anciano que cuidaba a todo niño desvalido. - Llévame con él- le dijo con un tono más amable, como si el odio comenzara a sanar al encontrar posible respuesta de lo que estaba buscando todos estos años.

Después de esas palabras, se aventuraron a una travesía en busca del anciano que estaba a unos escasos pueblos de ahí.  En el camino el niño le contó del viejo, quien perdió a su hijo en una navidad, y todos los años lo buscaba, por eso socorría a los niños desprotegidos, porque tal vez encontraría a su hijo entre alguno de ellos. Éste nunca apareció, a pesar de eso el viejo siguió ayudando. Luego de escuchar esas palabras y sentir que ese hombre podría ser su padre, llegaron a esa casa tupida de niños que encontraban un hogar con el viejo. Al entrar, vieron los rostros afligidos de los infantes que delataban la noticia de que el anciano había muerto. Una fotografía adornando la pared sobre la chimenea develaba esa incógnita de Gullit. Sí, era su padre, ahí estaba enmarcado él de niño junto a ese buen hombre y los recuerdos golpearon su memoria como nunca lo habían hecho, los momentos más gratos de su vida sacudieron su cabeza por un instante y por primera vez en mucho tiempo sonrío. Una sonrisa que siguió viva por muchos años, en donde tomó el rol de su padre amparando a todo niño necesitado. Las huellas de angustia se fueron perdiendo con las ojeras y el alma oscura, la barba blanca se convirtió en una nube esponjosa en su  rostro, pero lo mejor de todo es que  las risas renacieron en diciembre, el miedo se quedó en el pasado y cada niño de cada familia recibía un regalo de Gullit, El ver sonreír a los niños al abrir los obsequios, le hacia sentir una parte de lo que es la felicidad, esa que había olvidado tiempo atrás.

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