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Cuento "Péepem"... Primera parte


PÉEPEM
El amor de un Guerrero 


La selva bañada en el calor del sol y la humedad del ambiente refrescándose en los cenotes, resguardaban una pequeña aldea maya. La única escondida entre el cetrino de los árboles y los sonidos provenientes de los animales que anunciaban la llegada de unos hombres de barba larga, cubiertos de armadura plateada y portando en mano espadas filosas que cortaban maleza para abrirse paso. Sus pisadas entraron en lo más profundo de la jungla encontrándose de frente con este poblado. Guardaron sus estoques al mirar esa cuna de guerreros vestidos con piel de jaguar, armados con lanzas y el enojo en rostro salpicado de nerviosismo al no saber si esos hombres de barba larga eran enemigos o dioses que venían a ayudar.
-          Son dioses-
Grito un guerrero, y bajaron sus armas en señal de respeto. Shanu, un joven con la fuerza del mar y la garra de lucha de un jaguar, un hombre de pocas batallas, pero todas ganadas, alzó la voz:
-          No son dioses, los dioses no apestan-
Ese mal olor producto de una larga travesía marítima le daba la razón, sin embargo, la altura y porte de esos caballeros refutaban sus palabras. Reafirmándolo un guerrero:
-           Tienen la piel blanca, el cuerpo plateado, los ojos como el jade…Deben de ser dioses-.
Todo el pueblo ofreció una reverencia como gesto de amabilidad, Shanu fue el único que continuó en posición de defensa. El líder de esos supuestos dioses, miró a los mayas con la misma sensación que la salinidad del mar provocó en su piel durante el viaje. Luego de un mirar intenso que prolongaba los segundos a minutos, levantó la mano en respuesta del saludo. Los lugareños dejaron su armamento en el suelo para hincarse como cortesía de bienvenida, y el hombre ibérico desfundó su espada al par de sus compañeros, embistiendo a los guerreros que ni tiempo tuvieron para coger su lanza. Shanu voló tal si fuese ave, defendiendo su terreno y a su gente, mas era imposible ganar ese combate porque la mayoría de los aldeanos desangraban en la tierra muriendo en el intento de levantarse. Las mujeres huían con la brama de angustia grabada en sus rostros, complemento del llanto que columpiaba en sus mejillas, asimilando el tormento de la avalancha de esos asesinos que les caía encima acabando con la historia de ese poblado.
Mal herido, Shanu se arrastraba entre cadáveres y la sangre de una guerra que no tenía por qué suceder. A la vista de él no había sobrevivientes de ese brutal ataque, gritaba en busca de respuesta, perdiéndose su voz en el silencio de esa aldea destruida por los demonios con cuerpo de dioses, quienes siguieron por el sendero en busca de más poblados.
A pesar de sus lesiones se puso en pie, bebiéndose la fuerza de todos los guerreros fallecidos, el luto tiñó sus ojos, pero estaba consciente que debía de llegar hasta Mayapan para avisar del ultraje de los falsos dioses y pedir ayuda para que esta tierra no se tizne de más cuerpos mayas. Conocía cada rincón de la zona, escabulléndose por distintos atajos, se movía como serpiente entre arbustos, árboles y veredas inexistentes para el ojo humano, era más que un hombre, tenía la esencia de un animal, no lo detenía ni el sudor del calvario por las cortadas en su piel y el del pensar en su pueblo.
Siguió a paso firme golpeado por los soplidos del viento que se llevaban a las horas marchitando al sol, y en el rojizo del cielo, en la agonía del día floreció la luna, semblanza de un girasol. Shanu no descansó para ganarle al tiempo y en la fría noche empapada de estrellas se escurrió por la selva hasta salir de ella con el amanecer acariciando su rostro, ese, con huellas de la odisea recorrida, la cual fue interrumpida por una laguna. Se sentó en una piedra derramando su cansancio, vio fijamente la laguna infestada de caimanes. Los deseos de atravesarla jadeaban en el interior del guerrero, pero el no saber por dónde cruzar lo derrumbaba paulatinamente en su interior. -Tanto esfuerzo no puede llegar hasta aquí-, en su cabeza resonaban esas palabras. Por lo que les imploró a sus dioses el apoyo para que no muriera en vano esta travesía. Su voz agrietada, expulsada con furia de desesperación retumbó en el cielo. Una mariposa se detuvo en su brazo, al moverlo, ésta voló al ras del agua ascendiendo al firmamento, extraviándose en lo celeste de él y al parpadeo del guerrero, el cielo azulino se desnudó para vestirse de colores a causa de miles de mariposas que bajaron como lluvia, siendo un torbellino que arropó al guerrero maya, elevándolo por los aires, atravesando la laguna de caimanes. Aterrizó entre matojos, al ponerse de pie, sus colegas difuntos enviados por los dioses, representados en esos insectos que emulan los tintes de la Tierra y a través de sus alas reflejan lo colorido de la vida, esos seres silenciosos, impulsados por lo más hermoso que yace dentro del hombre, le dijeron adiós a este guerrero, volando entre las piernas del paraíso, perdiéndose en las nubes con las gracias de Shanu, quien prosiguió con su trayecto.
A una distancia considerable, enredados en la selva avanzaban los españoles, esperanzados de encontrar pronta civilización. Shanu respiraba ese olor de putrefacción por la falsedad que exudaban esos de cuerpo plateado, los sentía cerca, pero la madre naturaleza era cómplice de este guerrero, haciéndoles complicado el encontrar la salida del laberinto selvático.
A lo alto del monte vio la punta de una pirámide, la guardiana de la ciudad de Mayapan, la luz entre la sombra que daba la jungla y los árboles que escondían la laguna y disfrazaban la montaña con su verde. Al encaminarse en ella, luchó en contra de una cascada que hacía resbaladiza su escalada, esos brazos de agua protegían a la guardiana que asomaba su cabeza en las alturas. El guerrero maya fue dejando su fuerza en el camino y derrapó, azotando en el suelo lo ya subido. Los gritos de dolor hacían armonía con el canto del aire bailando por la arboleda selvática, empero el querer prevenir a la ciudad pesó más que el dolor carnal que dejaba marca en su andar y trepó ese monte igual que un jaguar. La catarata le escupía en la cara intentando ahogarlo, pero él aguantó la abatida y todo el esfuerzo que le quedaba lo sudó hasta toparse con la primera piedra de la pirámide. Al sentirla se arrastró sobre ella lentamente y así fue por cada pequeño escalón; sólo pudo pasar tres. Tanto la falta de energía como el intenso calor lo desvanecieron y su sangre manchó las piedras, ese líquido escarlata destilaba suplicas de ayuda en cada peldaño de la pirámide que besaba.
Despertó respirando un cúmulo de ojos que se enterraban en él, intentó levantarse, pero un anciano le dijo que reposara; sus heridas ya estaban tratadas con hierbas y pronto se iba a recuperar.
- Hay demonios, nos van atacar – exclamó Shanu con voz débil. Todos se sorprendieron por las palabras del guerrero y el Rey hizo presencia al sentir el eco de esta noticia.
- Dime lo que viste-
 - Mi aldea fue destruida por unos demonios con cuerpo de dioses -.
- ¿Cuantos eran? -
- Los suficientes para acabar con Mayapan-
- ¿Sabes por dónde vienen?
- Al pasar la laguna los sentía cerca-
El Rey le agradeció su información y lo dejó en reposo mientras alistaba a sus hombres para emprender la lucha contra estos demonios. Al entrar la noche los guerreros se despidieron de sus familias, sapientes de que podrían entregar su vida en la batalla. Tomaron rumbo hacia la selva y la espesura en la montaña se empañaba con la neblina de la madrugada, maquillándose de hombres que bajaban con agresividad, desapareciendo entre la fronda de los árboles y arbustos, siendo parte de ellos, usándolos como escondites para dar inicio a una guerra en protección de su tierra.

Los españoles abrieron otros caminos encontrándose con un trozo de la laguna, pasándola con sigilo para no despertar a los caimanes; Uno tras otro avanzaba y el silencio de la luna los vigilaba, al igual que los ojos de esos guerreros que en los árboles resguardaban. El ambiente era callado, violado únicamente con el chirrío de los grillos, los caimanes dormían junto al resplandor de las estrellas y fue así, en la tranquilidad de la noche, cuando los mayas decidieron erguir sus lanzas y comenzar el tormento en el andar de los demonios, vapuleándolos antes de secar su ropaje. Unos se desplomaron, otros se defendían, el rojo vestía la parte baja de la montaña cada vez que una lanza atravesaba la armadura de un ibérico, o una espada cortaba alguna cabeza maya. Fue una lucha constante que tuvo fin en la comisura del amanecer.  

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