PÉEPEM
El amor de un guerrero
Segunda parte
El sol miró desde
arriba los cuerpos difuntos que tendidos cubrían el suelo en donde se llevó el
combate. Los falsos dioses murieron, sus armaduras plateadas cambiaron a
carmesí, los ojos verdes tenían la vista perdida, se notaba la profundad de sus
pupilas y los párpados no tuvieron la fuerza para cerrarse, dejando a la retina
desprotegida, pisoteada por las moscas. Junto a las espadas caídas, yacían varios
guerreros mayas con el pecho ensangrentado, algunos degollados. Dar sus vidas era parte de la victoria y la
sangre derramada era la firma de como los guerreros obsequian su alma a los
dioses. Este sacrificio fue honrado por
el Rey y todo el pueblo de Mayapan.
Shanu estuvo presente
en la ceremonia, pero sus ojos quedaron prensados en el rostro de Sac Nicté, la
hija del Rey. Se perdió entre su cabello rizado y su tez morena, se metió en el
laberinto de colores que esbozaba su sonrisa y como brisa golpeaba el respirar
del guerrero. Y el turquesa del mar que dejó pasar a la embarcación española, así
como el verde jade de la selva que escondía y protegía a esta civilización,
fueron los testigos del sentimiento del guerrero maya hacia la princesa de
Mayapan, cuya belleza era una estampa de la naturaleza que envolvía su ciudad;
enamoraba con su mirada, producto de esos ojos que pintaban los 7 colores de la
laguna Bacalar. Un saludo tibio y asustadizo de Shanu dio pie a una
conversación con la princesa, ella sorprendida al atrevimiento del guerrero por
cruzar palabras, cosa que ningún otro había hecho por el respeto y las órdenes
del Rey, respondió con una sonrisa, una sonrisa sólo para él, esa que hablaba
en lugar de las palabras. Shanu continuó
con el habla y la princesa cortante como espada de español le dijo que callara,
el guerrero no entendía y continuó soltando palabras al aire, el Rey las
desbarató con su estampa y una sola frase acabó con la conversación.
-
Ningún
guerrero se acerca a mi hija, cada quien donde le corresponde estar-.
Shanu se guardó en
silencio, inclinando su cabeza señal de obediencia y dio pasos hacia atrás, alejándose
del Rey; pudo ser por respeto o por el miedo de ser sacrificado, pero prosiguió
su andar hacia el otro lado donde el rizado del cabello de Sac Nicté no podía
llegar. Una última mirada provocada por la sensación que un joven novato tiene
en temas del amor, hizo brillar sus pupilas, deleitándose por un segundo de
esos ojos azules que se estrellaban en los de él, la distancia ya era prudente
mas no su sentir, era imposible bajar su mirada y más porque la princesa
respondía con un gesto sonriente las insinuaciones de los ojos de Shanu que
nunca bajaron su parpados, matando el pestañear para no perderse ni un instante lo
más hermoso que el mundo le había brindado.
Los días se evaporaron
con el calor intenso y Shanu ya era parte de Mayapan, fue adoptado al haber
perdido su pueblo, y se entrenaba junto a los otros guerreros. Pocas veces
cruzaba mirada con Sac Nicté, pero cada vez que sucedía, la sonrisa en ella se
salía de su rostro, la mirada de Shanu volvía a tener vida, eso no lo entendía
nadie más que él, esa mujer era lo único que importaba, después de la caída de su
gente, ella llegó a su vida por una razón. Por algo pasan las cosas, por algo
los dioses dejaron que continuará con su travesía, por algo las heridas en su
cuerpo cicatrizaron para no abrirse nunca más, por una razón, su mirada
encontró algo verdaderamente valioso que mirar.
Las miradas se fueron
olvidando con los días y las palabras cobraron vida entre ellos, fueron pocas
al principio, pero suficientes. Pasaron semanas ocultos de la sociedad entre
frases y silencios que tenían como respuesta el mismo gesto que la princesa
hacia cada vez que Shanu la veía, desde esa primera vez en la ceremonia.
El tiempo ya había
sepultado en el pasado a esos demonios ibéricos, y Shanu ya estaba la mayor
parte de sus días platicando a escondidas con la princesa, esto para no
perturbar la ira del Rey, pero sobre todo por el compromiso en matrimonio de Sac
Nicté con Ulil, príncipe de Uxmal, este acuerdo que a ella se le impuso en una
tarde que Shanu la esperaba en el mismo sitio de todas las semanas atrás y en
la que el cielo bermejo desangrándose en el atardecer fue el único acompañante del
guerrero, compartiéndole el silencio en la espera de la princesa, quien se enfrentaba a su padre ante la
situación que la colocaba con un hombre al que no quería, pero otras
cuestiones sometían a su opinión.
Shanu insistía en verla,
ella accedía con temor, y el desobedecer a su padre hacia más excitante esos
encuentros con el guerrero maya. A pesar de sólo hablar y de compartir una que
otra mirada, Sac Nicté era más feliz con la presencia de Shanu que con los
besos desabridos o las visitas aburridas de Ulil.
Al guerrero maya no le
importaba que Sac Nicté estuviera a punto de casarse, él era su confidente,
sabía que ella no estaba enamorada del príncipe de Uxmal, el tiempo que
compartían cuando se refugiaban entre ellos para no ser vistos por los demás, se
lo decía; como las aves avisan con su canto que ya amaneció o los saltamontes
grillan cuando ya oscureció. Además, esas lágrimas en ella que escurrían de sus
ojos, caminando por sus pómulos gritando el enfado hacia su padre, dejaban en
claro que era infeliz y su sonrisa sólo nacía cuando Shanu estaba ahí, ese
pequeño guerrero tímido pero atrevido, flaco como una rama, pero difícil de
doblar al igual que un tronco. Él, sólo él, era el causante de ese tesoro que
guardaba la princesa y relucía como una joya más, recubriendo su cuerpo. Shanu la
respetaba más que a los mismos dioses, por lo que nunca intentó aprovecharse
del quebranto de la princesa, nunca sintió su piel, un abrazo era impropio,
aunque sus miradas ya lo eran.
Una tarde cualquiera
rodeada de vegetación, del enervante perfume del mar, del baño a chorros del
sol, así como la figura de Shanu en ese mismo lugar horas antes de que la
princesa regrese a ese mundo obligado por su padre, en donde Shanu no
pertenece. En ese momento previo a que ella vuelva a los brazos de Ulil, las
palabras entre Shanu y Sac Nicté murieron como demonios, dejando de existir la
conversación entre ellos, abriendo paso a los silencios que ya eran incómodos,
invitando a las miradas a que penetraran sus pupilas, suplicando que sus
cuerpos actuaran, que apagaran lo desagradable del callar de las palabras.
Shanu se aproximó lentamente a su amada, respiraba su aliento, era lo más cerca
que había estado de ella, sus parpados no se intimidaron siguiendo abiertos, olvidaron
el entorno, sólo estaban esos ojos moros del guerrero y esos, color celeste de
la princesa. Los dedos de los pies de Shanu rozaban los de ella, sus manos
chocaban como campanas y los latidos de ambos corazones regalaban la música que
retumbaba en sus oídos, siendo el impulso de un beso majestuoso como pirámide,
cubierto del calor de dos almas que compaginan, deseosas de no alejarse jamás,
siendo el sello de esta historia de amor, la cual cobraba vida en secreto.
Sac Nicté estaba
sonriente a pesar de estar con Ulil, éste ingenuo, creía que esas sonrisas que
brotaban cada segundo en el rostro de la princesa eran por él, sin saber que
son el síntoma del beso con Shanu. Y como todo síntoma viene de una enfermedad
que se propagaba cada vez que se veían. Ahora las palabras se fueron
desmoronando y los besos aumentando, era otro lenguaje que los dos entendían.
De tantos besos que
cerraban cada tarde, los cuerpos de estos enamorados pedían otra cosa, pero se
contuvieron, como un calambre que engarrota una pierna y por más que la quieres
mover, queda rígida. Ella se fue a sus aposentos, a la tortura de ver a Ulil. Fue
poco tiempo ese martirio, gracias a un pretexto vago que la princesa dio y el
príncipe se fue junto con el estertor del viento que balbuceaba en la despedida
del sol por el horizonte, apareciendo la luna como lo hizo Shanu sin miedo al
Rey, con la valentía tatuada en su cuerpo. Sac Nicté sonrió como siempre lo ha
hecho al ver a Shanu, pero a la ves sintió temor a que su padre llegara, que
los viera y de un golpe acabara con todo. Los brazos del guerrero fueron el
cobijo de esa angustia de la princesa y un beso bastó para que se esfumara por
completo. La pasión de estos dos enamorados se desbordó en besos bañados de
caricias, y en el murmullo del viento acurrucado en los árboles, iluminados por
la luz de la luna, que vestía de fiesta al cielo con las estrellas brillando
como diamantes, siendo cómplices de estos dos amantes, concibieron el amor en
un acto carnal. El guerrero maya había tocado el cielo, su sentir bajó de golpe
cortándole las alas el rugir del Rey, escuchándose ese estruendo similar a la bravura
de un jaguar. La rabia de ver a su hija en manos de un súbdito la desató a
golpes en Shanu, quien aceptó brutal paliza, para la postre ser sacrificado. Un
mar de lágrimas inundó el rostro de la princesa cuando su amado dejó la Tierra,
para que su alma se fuera al firmamento y como la mariposa de aquella laguna,
esa alma desapareció en el azul intenso, para vivir junto al sol.
Ese incidente amoroso
causó conflictos entre la ciudad de Uxmal y Mayapan, el príncipe Ulil no
aceptaba esa desgracia, estaba manchada la princesa, ya no era digna de él. El
Rey recordó que era padre y defendió a su hija, ese pleito verbal se desbordó
como lo hacen los ríos cundo se sacian de agua, iniciándose una lucha entre
estos pueblos con más tintes políticos que otra cosa. Sac Nicté a pesar de que
su padre la apoyó, no le perdonó haber asesinado a Shanu y todas las tardes, de
cada mes, de cada año, se escapaba, adentrándose entre la arena clara de la
playa y un nido de árboles, sentándose en una piedra, llorándole al recuerdo de
Shanu. Esas lágrimas infinitas como el cielo, dejaban marca en su cara,
colisionaban como lluvia en el suelo, ese que, con cada llanto de cada día, de
cada año, se fue ablandando, hundiéndose para que ahí se resguardaran las
lágrimas de amor, ese lamento líquido cálido y dulce se convirtió en una
belleza natural, teniendo afinidad con la princesa. Esa zona estaba repleta de
cenotes, ¿cuantas princesas habrán llorado envueltas en el follaje de las
plantas que recubría su desdicha?
En la bóveda celeste interminable
como lágrimas de Sac Nicté, se encontraba el alma de Shanu, triste como una
nube negra esperando explotar. Xareni, la diosa del amor se acercó con el alma
del guerrero al verla sollozar, preguntándole el porqué de su aflicción, él le
respondió que descubrió el verdadero amor, lo palpó, era su complemento, y se
le fue arrebatado como la vida. Xareni volvió hacer otra cuestión:
- ¿Qué es lo que deseas? -
Sin pensarlo el alma
del guerrero dijo- estar con ella-. Todos los días Xareni le preguntaba lo
mismo y él le contestaba como la primera vez. Un año pasó, el alma seguía a
pies del sol, el tiempo emigró como las aves y otro año arribó con la misma
pregunta de la diosa del amor, -estar con ella- respondió nuevamente el alma
melancólica. Así se fueron los años con
la misma pregunta de Xareni en el cielo y en la Tierra el lloro eterno de la
princesa de Mayapan. Al entrar el cuarto año el alma del guerrero se mantenía
ahí, en el mismo lugar embriagada del sol, Xareni volvió a ella sin más
preguntas, le dio una oportunidad al ver que el amor a la princesa se mantuvo
firme a pesar de la distancia y el tiempo que siguió su marcha.
– Te volveré mariposa
porque es el único ser que no emite sonidos, pero puede susurrar los deseos y
volar más allá de donde tú como alma puedes llegar, con Itzamna, el señor de
los cielos, el dios de la sabiduría. A
él, pídele el deseo que me has repetido cada día en todos estos años, él te
escuchará y lo hará realidad-…
El alma del guerrero al
termino de las palabras de la diosa del amor cogió brillo, el arcoíris se
impregno en él, forrado en un capullo que se desbarató al movimiento de las
alas recubiertas de esas escamas coloridas que le dieron forma de mariposa.
Xareni se despidió con unas últimas palabras:
-Ya
eres péepem, te doy la libertad y vuela, vuela por tu felicidad-.
Y así lo hizo, cogió
más fuerza de la que como guerrero tuvo, danzó en el aire, elevándose cada vez
más y más, se despidió del sol en cada aleteada que el viento con tonos
ibéricos intentaba apagar, pero rompía sus ondas, bajaba, subía, se revolcaba
en el tornado del viento, resistía como un guerrero que desangrado corrió
varios kilómetros para avisar de un ataque. Llegó frente a Itzamna, tímido como
siempre lo fue, eso no lo perdió, ni el coraje y mucho menos el amor a Sac
Nicté. Su aleteo descendió poco a poco hasta dejar de moverse cuando sus patas
se sembraron en el odio de Itzamna. En el silencio de allá arriba, más allá de
las nubes, más allá del azul del día o del negro de la noche, Shanu empezó a contarle
su anhelo y el tiempo que duró su desdicha acompañado del sol, que era el único
que le daba calor a ese frío y eterno inverno en él. El dios de la sabiduría
sin decir una palabra, sólo con mirarlo asintió con la cabeza e hizo realidad
su sueño. Como gota de agua proveniente de una nube queriendo llorar, Shanu con
su cuerpo de mariposa cayó en la Tierra y su aleteo guió su camino hacia ese
cenote de llanto donde la princesa seguía llenándolo. Shanu se paró en la nariz
de ésta y el lloro de su rostro se volvió desierto, ella miraba lo colorido de
la mariposa, hermosa postal que guardaba todos los colores que existan en esa
región; el grisáceo de las pirámides, el café de la tierra, el verde de las
plantas, el turquesa del mar, hasta el rojo de la sangre de victoria. Sac Nicté la cogió con la mano, la mariposa
le caminó por los dedos y al intento inútil de atraparla voló hacia el cenote,
al beber agua de él, las alas se desprendieron y se enterró en lo profundo del
mismo, un acto espectacular a la vista de la princesa, en donde vio el
nacimiento de unos brazos que brotaron como ramas en el agua y una cabellera
desparramada en medio de ellos, el rostro de Shanu salió como un rayo de sol que
aparece sin previo aviso. Nuevamente regresó ese gesto emblemático de la
princesa, ese tesoro que les daba color a sus ojos, ese que su padre le había
robado, esa sonrisa enorme como la pirámide que protegía a la ciudad de
Mayapan. Sac Nicté entró al cenote
empapándose hasta el cabello rizado, se acercó a Shanu con el nervio en la mano,
temiendo de que sea un juego de esa locura que tanta lágrima le desató, rogaba
que no fuese un espejismo del desierto en el que se encontraba y al tacto de su
piel, el llanto reventó en sus ojos, ese lloro de felicidades que dibujó una
sonrisa de nuevo. Se abrazaron, se miraron como si el tiempo no existiera, enredándose
esos ojos morenos con los de ella y sin pensarlo, a puro instinto, la misma
acción que inició esta historia de amor en secreto cobró vida. Sus labios se
juntaron acariciándose suavemente, dándose un beso sin punto final, hundiéndose
sus cuerpos en el cenote, desechando la cascara de la piel para ser parte del
agua, desbordándose como arroyo para besar la orilla del mar que a escasos
metros estaba. Al juntarse el agua dulce con la salada, el mar relumbró como
estrella en la noche, más colores se impregnaron en él, los siete colores de
los ojos de la princesa se esparcieron en cada oleada y ese beso siguió abrazado
de la brisa que escupía la espuma de las olas, arrollando al viento que se
sacudía en la selva. Ese aire con olor a ellos, les daba vida a las plantas, lo
comían los animales y lo respiraba todo el pueblo de Mayapan, al igual que los
demás poblados, siendo un beso entorno que ni el Rey pudo separar.
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