LA
MUJER DE MIS SUEÑOS
POR:
Mike SuLe
Dedicado a mi familia, que han estado
ahí en mis momentos de vigilia, así como los del soñar y si no fuera por ellos
este libro no se iba a lograr. Porque me
han apoyado en esta aventura que ha sido dura, que a veces me ha derrumbado,
siendo mis padres los que me han levantado para continuar en este viaje de
escritura que me ha dado brotes de felicidad y otras tantas me ha hundido en la
oscuridad. Pero la luz de mis padres
como la de mi hermana, iluminan mi camino para que siga forjando mi destino en
esta pasión de contar historias, en este arte que se guarda en las memorias. Y esta
novela es el fruto de la obsesión de mis soñar, que gracias a ustedes familia,
se ha vuelto realidad.
“Cuando nuestros
sueños se han cumplido, es cuando comprendemos la riqueza de nuestra
imaginación y la pobreza de la realidad” … Ninon de Lenclos
PRÓLOGO
Esta
profunda e intimista novela de Mike SuLe cautiva desde el primer renglón. Su onírica
premisa navega en un mar de turbulentas realidades que siempre se ven abrazadas
por la etérea esperanza de nuestro héroe mexicano. Su estilo directo y
simbólico, su humanismo y concesión de los elementos más llamativos hacen de
esta narración una joya de la sencillez, una oda a los sueños imposibles y a la
perseverancia. Su fluido entremezclar de culturas hace trepidante el descenso
al infierno personal de cada uno de los personajes. Siento que el estilo de
Mike SuLe se ve clarificado desde su primera novela, siendo en esta segunda
donde explosiona el pasaje verbal del mundo interno al externo con la danza más
natural. Acompañado siempre de su vertiente cinematográfica, el guionista que
hay en Mike va de la mano del intrépido novelista que no teme desvelar la
veracidad más oculta del ser humano. Sus imágenes dickensianas tan visuales,
que facilitan atisbar el plano y la transición que lo secunda, hacen de esta
novela una vertiente de fines, de igual manera que en su ópera prima se pudo
vislumbrar con suma facilidad, manejando el ritmo de los versos con la misma
magia que irradia la gran pantalla. Como guionista y novelista puedo apreciar
con gran nitidez las honestas y efectivas intenciones artísticas de mi
compañero, pudiendo afianzar con franqueza que aúna talentosamente los
diferentes ritmos cinematográficos y literarios. El viaje del escritor es un
camino hacia la mayor de las honestidades con nosotros mismos, y por ende hacia
el mundo que nos acompaña en el rumbo a posteriori gracias a la lectura de nuestras
obsesiones, transmutaciones, bálsamos y redenciones. En el momento que terminé
la lectura de La mujer de mis sueños sentí una paz agridulce, agria porque la
novela había terminado, un ineludible fin, y dulce por haber buceado en unas
fosas marinas que me eran inexploradas y al mismo tiempo resonantes en mi fuero
interno. La mujer de mis sueños me ha hecho ver que a veces seguir quimeras
imposibles, estelas sin fines, es la única solución para ser feliz. Pues lo que
importa no es el resultado, tan solo el viaje, cada instante de este viaje al
Madrid más críptico. Aseguro a los lectores que no hallarán un mejor compañero
de viaje que Mike SuLe.
Roberto
Ruiz Céspedes, Madrid 2017
CAPÍTULO I
¿QUIÉN ERA LA MUJER DE MIS SUEÑOS?
La
resolana del sol arremataba en la ventana de mi habitación, queriendo
penetrarla para acabar con mi soñar, era una lucha constante que no veía su
final, difícil traspasar ese cristal y más cuando unas persianas le cubrían la
espalda. Su empeño obtuvo justicia. Un rayo solar entró por una rendija,
producto de una persiana mal puesta y esa luz cegadora se aferró a mis parpados
intentando abrirlos, como un niño con su regalo de navidad.
Lentamente
desperté con la pereza en mis ojos, me levanté mirando a esa persiana traicionera,
las ganas de arrancarla o escupirle groserías entraron en mi pensar, pero mi
estado somnoliento hizo que me abstuviera.
6:20
de la mañana, la alarma de mi despertador aún no sonaba y yo ya me bañaba en
esa ducha que enjuaga el sueño, que arranca el cansancio y con el agua tibia bajando
por el rostro cubriendo todo el cuerpo, te hace despertar como si tomaras más
de tres expresos de un golpe. Apagué la regadera, envuelto en una toalla fui al
lavamanos, limpié un poco el espejo empañado y observé el agotamiento expresado
en ojeras tatuadas en mi cara, ni la ducha las pudo quitar, mucho menos un café
que esperaba en la cocina deseoso de que lo bebiera, como el tiempo se bebía
los minutos y yo no me terminaba de arreglar.
Ya
vestido de traje como lo exigía mi trabajo, me dirigí a la cocina para
atragantarme de ese café que se había olvidado en la cafetera la noche anterior,
lo acompañé con un cereal, siendo de los pocos alimentos que existen en un
departamento de soltero. Y así empezaba un día más, la rutina del día laboral
ya no era excitante como al inicio, después de ocho años haciendo el mismo
ritual; en tus ojos la luz solar que te hace despertar, para luego una ducha,
continua de un café y el mismo cereal desde el día que llegué a este departamento
hasta el último bocado en este momento, hacían perder la emoción de un nuevo
día. Dejé el plato sucio junto a los otros que ya no se cuento tiempo llevaban
ahí esperando algo extraordinario en ellos como yo lo esperaba para mí. Última
visita al espejo para partir, las ojeras eran más pronunciadas que hace un mes,
ni una espinilla de pubertad nacía en mi rostro, en cambio, algunas canas
brotaron en mi cabello recordándome que ya tengo treinta y tres años y sigo
viviendo como uno de veintitrés. Con una montaña de platos sucios en la cocina,
la nevera media vacía; una lata de chiles, un bote de mayonesa, un plato de
comida china de no sé cuánto tiempo y un puñado de cervezas. Ropa sucia en el
sofá y una botella con poca cerveza olvidada desde hace tres días en la mesa de
la sala. Pero el traje me sienta mejor ahora que hace un par de años.
Cerré
la puerta de mi departamento, seguí con esa rutina del día a día, agarré el
metro, ese trasporte público con olor a miles de historias, infestado de
personas, sin caber un alma en él, y cada quien en su mundo; unos dormidos,
algunos escuchando música, la mayoría pensativos, sobrevenido en este monstruo
de ciudad, y a cada parada del metro un revoltijo se hacía presente. Un mar de
personas te ahogaba mientras buscabas la manera de salir vivo entre piernas y
brazos colisionando en ti, tal si fueran olas reventando en las piedras.
Entraba y salía todo tipo de personaje, nunca se vaciaba el vagón, escabullirte
entre todos para bajar era una aventura salvaje, causante del sudor en rostro
por el esfuerzo de escapar entre el mundo de gente, esa sudoración escurría dentro
de la camisa, secándose en la piel al avanzar por el mismo camino de siempre, que,
según yo, le ganaba al tiempo para llegar a buena hora al trabajo.
Un
escritorio en un rincón cargado de papeles me daba la bienvenida. Ni tiempo
para pensar en otra cosa, tenía que devorarme ese mundo de papeleo y el rumor
de un recorte de personal volaba por todo el edificio, deslizándose por las
paredes del mismo, derribando los cubículos de los empleados que al paso de las
horas decían adiós a esta empresa. Yo seguía en lo mío, tan concentrado que
nada interrumpía entre mi cabeza y el trabajo, hasta que el timbre del teléfono
reventó mi tímpano a la cuarta vez que sonó. Contesté, era mi jefe, debía de
presentarme en su oficina de inmediato. Al colgar, las miradas del personal rompieron
en mí con el mismo sentir de un pésame en un funeral, caminé por el pasillo que
me llevaba a mi destino incierto, cerré la puerta de la oficina de mi superior
y me senté en esa silla que ya no recordaba, porque la última vez que reposé en
ella, fue para firmar mi contrato. Mi jefe saludó con la hipocresía de actuar
como si todo estuviera bien, sapiente de que va apuñalar ocho años de trabajo,
pero con la sonrisa amigable, esa que a mí no me salía, a pesar de mi intención
para desfundarla mi boca se endurecía, consciente de lo que se veía venir.
-Señor
Ruiz, como sabrá la empresa ha sufrido varios cambios y ahora con los nuevos
dueños se está buscando una renovación…
Me
quedé ido, dejé de escuchar sus palabras, no entendía porque tanto discurso,
justificándose para que el acto posterior a él no se sintiera como un crimen. Toda
esa palabrería absurda a la cual le perdí el rastro, era para que mi jefe se
convirtiera en Pilato y no sintiera culpa de la injusticia que iba a cometer.
-
¡Señor Ruiz!, ¡señor Ruiz! - Me decía para regresarme del abismo al que me
había hundido escondiéndome de la realidad. Reaccioné pintando en mi rostro una
sonrisa titubeante, estaba enmudecido igual que la hache del alfabeto. Era
innecesario gastar palabras cuando la decisión ya estaba tomada. Y continuó con
su discurso:
-Lo
siento, sé que ha sido un buen elemento en esta empresa…
Si
soy tan buen elemento como dice, ¿por qué el despido?, pensé a gritos, porque era
algo que no comprendía y no creo hacerlo. Circunstancia similar cuando tu novia
decide terminar la relación con la frase trillada: “Eres el hombre que
cualquier mujer desearía, de verdad no eres tú, soy yo, necesito un tiempo para
pensar las cosas”. Y al caminar de los
días está revolcándose con otro, así como esta empresa cederá mi puesto a un
afortunado de mi desgracia. Desbaraté mi pensamiento para seguir oyendo el final
de mi historia en este lugar.
-
Cuente conmigo si necesita una carta de recomendación
para otro trabajo. Puede pasar a recursos humanos para que vea lo de su
liquidación. Ánimo Ruiz, yo sé que le vienen cosas mejores, tiene potencial.
Me
ofreció su mano para estrecharle el adiós a esta compañía, salí del edificio aturdido
en el silencio sin despedirme de nadie, sin ganas de voltear atrás,
refugiándome en un bar en donde la cerveza y un licor fuerte, actúa como una
madre cuando ella está lejos.
¿Por
qué me pasa esto a mí?, sé que estaba harto de la rutina, pero eran ya ocho
años y le había cogido cariño. No estaba preparado para un nuevo comienzo, no
estaba listo para buscar un trabajo y a tragos de cerveza como de mezcal, me
reía de tristeza de esta situación, del cómo cambian los planes de uno, sólo
por una decisión inesperada. Regresé briago a mi apartamento, me tumbé en la
cama, miré al techo, luego a la almohada, me sentía solo por primera vez en
ocho años. Necesitaba caer en los brazos de una mujer, pero hace tiempo que no
tenía una cita, ya se había ido el olor de una chica en mi cama y estas sábanas
no recordaban lo que era el sexo casual. Requería de alguien que alimente esta
hambre desgarrada del infortunio en el que me encontraba.
Los
días se convertían en semanas y las semanas me sacaron la barba que aflora en la
marcha de estos dos meses que han pasado. La resaca mañanera ya era parte de mi
vida, las seis veinte de la mañana ya no existía para mí, ahora las doce o la
una de la tarde era el principio de mi día, y aún seguía con mi cama vacía; si
en mis salidas de copas no podía encontrar a alguien de una noche, mucho menos
el amor.
Mi
refrigerador parecía expendio de cerveza, la mesa de la sala estaba plagada de
botellas y el sillón se perdía entre la ropa, eso sí, las ojeras de fatiga provocadas
por el estrés del trabajo se fueron esfumando, pero las del desvelo tomaron su
lugar. El tabaco se hizo mi amigo, acompañante fiel de mis noches de juerga, el
humo que expedía era como un perfume enervante que atraía la mirada de mujeres,
observándome, posado en la barra del bar con media luz en mi rostro, con la
mirada misteriosa, el cabello desalineado y la barba sacudiendo mis mejillas. Una
valiente tenía que acercarse. A media cerveza, una rubia con un escote que
dejaba a la vista lo necesario, más una minifalda que hace ver a un ciego, fue
hacia mí con su mirada dura y su sonrisa escondida. Cogió mi cigarro apagándolo
en el cenicero, mientras de su boca salían palabras de fastidio:
-
¿Qué no ves que es un lugar cerrado?, tu
humo nos molesta… Si quieres fumar vete afuera.
Sonreí,
llevaba tanto tiempo viniendo a este bar que era un objeto más de la barra, por
lo que el cantinero me daba algunos privilegios. Cogí otro cigarro, lo prendí y
eché la fumarola de humo entre la mirada y los labios de esa rubia, me puse de
pie para dirigirme a la terraza del bar. Ella me siguió con el enojo encima de
sus hombros, disparando con su habla reclamos por mi actitud, los cuales, se
dispersaban en el aire como el humo de mi tabaco, al término de sus quejas me
presente con ella:
-Un gusto, Emilio Ruiz-.
Su
silencio lo respiraba, estaba cabreada, pero moría por decirme su nombre. Lo noté
cuando una media sonrisa se asomó en sus labios carnosos maquillados de labial.
-Elena- respondió. Le invité un trago, quizá dos, no recuerdo bien, sólo me
acuerdo que bebía poco, pero lo indispensable para arrancarme la vida a besos,
y dejarme besar su cuello bajando lentamente a un sitio más bello. Entre
charla, copas y palabras dulces pero excitantes al oído le perdimos la huella
al bar, huyendo como locos a me departamento. Mis sábanas estaban impacientes
por sentir de nuevo el cuerpo de una mujer, su ropa cayó junto a la mía, nos
recostamos en la cama desbordando pasión provocada por besos empapados de caricias,
siendo nuestra respiración agitada los únicos sonidos de esta alcoba. Sus
pechos voluptuosos se acomodaban a mis manos, su cintura me hacía perder la
cordura y los arañazos en mi espalda dejaban las marcas de locura. La luna fue
testigo de esos placeres reflejados en gestos envueltos en orgasmos que bañaban
nuestros cuerpos.
Un
cigarro compartido sugirió la despedida de esa noche, la nicotina pateando mi
garganta me hacía reflexionar sobre lo ocurrido. Me encantó el sexo con una
desconocida, ¿a quién no le encanta el sexo?, pero sentía un vacío, tanto fue
la búsqueda de sexo casual, que cuando se presenta, no es lo que uno espera. A
esta edad no puedes sobrevivir con amores de una noche, necesitaba una pareja a
quien compartirle mis cosas y Elena, al verla ahí acostada, sin nada en común
conmigo más que la calentura nocturna, no me daba motivos para abrirme con
ella. No se lo iba a decir así, frívolamente, no era un hijo de puta, ahora
entiendo a las ex novias con su frase trillada.
Después
de esa noche no contesté sus llamadas, no respondía sus mensajes, que entraban
en el mundo del olvido, hasta que fueron siendo menos y de menos a nada. Cambié
de bar, fue el único cambio en este mes que transcurrió desde Elena. La cama se
volvió a llenar de telarañas por la ausencia de mujeres, no aparecía la
indicada, a veces me entraban las ganas de acostarme con cualquiera, pero ni
esa llegaba.
Empecé
a buscar trabajo, más por aburrimiento que por necesidad, la liquidación me
daba aún para vivir como un buen soltero. Las entrevistas laborales acaparaban
mis mañanas, cediéndole a mis tardes la cerveza servida con platicas en el bar,
regalándole a mis noches la fatiga justa para descansar. Volví a alimentarme de la rutina y cuando mis
acciones se convirtieron en hábito, surgió una madrugada diferente a todas,
desde las estrellas que opacaban el cantar de los grillos, hasta la luna llena
iluminando mi ventana como si fuese el sol de la mañana que me hace despertar,
pero ésta me arrulló, obsequiándome el dormir como piedra, para que los sueños
comenzaran su juego; todo era turbio, nada concordaba hasta que aparecí en un
punto. Una ciudad que no conocía forrada de arquitectura antigua, con destellos
borrosos de la multitud de gente que avanzaba en una calle peatonal iluminada
por sus murmullos que bailaban de un lado a otro armonizando mi andar, y al
seguir por esa calle sin final, vi a una mujer de frente, la única persona
quieta en esa inquietud constante del entorno. Una chica más joven que yo,
delgada como fideo, pero con curvas adecuadas a su cuerpo, estatura baja, piel
morena clara, con ojos azules que se confunden con el cielo, cabello oscuro y
corto como este sueño que me hizo despertar al instante que miró fijamente a
mis ojos, con esa mirada intimidante que te hace voltear hacia otro lado,
destilando nerviosismo a pesar de ser la utopía de mi descanso.
Su
imagen se guardó en mi mente, el sueño en sí se fue evaporando al trascurso de
los minutos de mi estado de vigilia, pero ella continuó vivía en mi cabeza,
cuestionándome el por qué la soñé, acuchillándome el insomnio con la interrogante
de, ¿quién era la mujer de mis sueños?
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