"SIGO SIENDO UNA PRINCESA"
Las
mañanas en la casa de la familia Salas eran siempre las mismas desde que Julieta
la única hija de apenas seis años conoció las princesas de Disney. Fue amor a
primera vista, ese mundo de magia atrapó por completo a Julieta y siempre
quería vestirse como una de ellas, le encantaba que su madre le peinara los
cabellos dorados que eran tan largos como las tardes de esas vacaciones de
verano, en las que el sol se ocultaba después de que la luna brotara a las 7:30
de la tarde cuando el cielo está completamente desangrado por el atardecer que
iba acabando para recibir a la oscura noche.
Y
todos los días a las 9 de la mañana, Luisa la madre de Julieta, sentaba a su
hija en la silla frente al tocador, el cual resguardaba un gran espejo adornado
con calcomanías de princesas. Ahí frente al espejo peinaba a su hija mientras
ésta sonreía al verse ya con su vestido de princesa puesto, el cabello casi
listo en espera de la tiara de plástico con los diamantes artificiales que
brillaban como sus ojos. Y cuando su madre la colocaba en su cabeza, Julieta
danzaba por toda la habitación teñida con estas caricaturas de Disney; coronas,
dibujos, castillos, muñecas y todo lo referente a estas princesas que creaban
un cuento mágico en la realidad de Julieta. Y en ese mundo mágico brotaba su
grito de felicidad - ¡Soy una princesa, soy una princesa! –
Luisa
reía comparitendo la felicidad de su hija, algo tan simple era lo más
importante para una niña, en sus ojos se reflejaba, así como en su sonrisa que
no cabía en su rostro. Corría por toda la casa con su vestido de princesa, su
cabello peinado, su tiara en la cabeza y así pasó el verano, así recibió al
otoño.
Las
hojas de los árboles caían con un simple suspiro del viento, atiborrando con
esas hojas secas las calles de la ciudad. Lo mismo le pasaba al cepillo con el
que Luisa peinaba a su hija, se llenaba de esos cabellos dorados que hace
tiempo atrás brillaban sobre sus hombros. Pero tuvo que llegar esa enfermedad
que no avisa, que no se tienta el corazón y se impregna en cualquiera, sin
motivo y sin razón. -Maldita enfermedad- pensaba Luisa, al ver el puño de
cabello atrapado en el cepillo. La tristeza invadió su mirada, el silencio tomó
el papel que las risas tenían, Julieta volteó a ver a su madre, ésta respondió
su mirar con una sonrisa a medias, de esas obligadas que mienten para decir que
todo está bien. Por lo que la pequeña tomó la palabra y con voz tímida le
preguntó:
-
¿Sigo siendo una princesa?
Luisa
asintió, sus ojos quebrados estaban a punto de reventar, pero la sonrisa de
Julieta hizo que tomara fuerzas y las lágrimas se guardaron junto al dolor que
sentía por lo que estaba bienvenido su niña. Después de darle a su hija un
largo beso en la mejilla, colocó en su cabeza la corona de princesa y Julieta
volvió a sonreír.
El
invierno fue tan corto como sus días, las semanas volaron como las aves emigran
y la primavera floreció, mas no la alegría de Luisa que la angustia la comía,
la tristeza la abatía, ya ni le ayudaba a su hija cuando ésta se disfrazaba de
princesa frente al espejo. El cepillo fue olvidado en un cajón, junto con las
risas que fueron muriendo al paso de los meses en esa habitación. A pesar de lo
decaída que estaba su madre, Julieta después de varias semanas sin salir de
cama, fue hacia el espejo, se miró un poco más delgada, pero lo que resaltaba
era lo faltante de cabello, todo se había ido. Tocó su cabeza con la yema de
sus dedos y de su rostro nació una sonrisa, esa misma sonrisa del verano, esa
sonrisa que le dio fuerza para ponerse un vestido de princesa, agarrar la tiara
y salir de su alcoba rumbo al cuarto de su madre, en donde Luisa yacía
recostada en la cama con un mar de lágrimas envolviendo su cara. Julieta se
acercó a ella, puso sus dedos en la comisura de los labios de su madre,
empujándolos hacia arriba para formándole una sonrisa, al tiempo que la miró a
los ojos y le dijo sonriendo:
-
Sigo siendo una princesa…–
Luisa
abrazó a su hija con todas sus fuerzas, la bañó de besos y secó sus lágrimas al
ver su valentía, que no se rendía a pesar de las circunstancias. El silencio se
evaporó con las risas tímidas que poco a poco comenzaron a salir, Luisa tomó la
tiara de princesa para ponérsela a su hija, quien volvió a sonreír de oreja a
oreja. Corrió al tocador de su madre para mirarse en el espejo con su disfraz
de princesa, corona en la cabeza y el brillo en sus ojos. Luisa la abrazó por
detrás y le susurró al oído – Eres una princesa. - Y Julieta nunca más bajó su sonrisa, esa del
verano que se estampó en esa primavera.
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