CAPÍTULO
III
ENTRE
SUEÑOS
Julieta
se mudó a mi departamento, un paso importante que no dudé en hacerlo, para ella
fue tan especial como recibir un anillo de compromiso, y para mí fue decirle
sin palabras que la amaba, compartíamos más de lo que imaginábamos, ya mi cama
era también de ella como todo lo existente en este lugar. Fue libre para decorar
el departamento con las fotografías que tomaba de paisajes, gente, de todo lo
que le llamaba la atención. Se notaba cuando una fotografía era de Julieta
porque se empapaba de su esencia, su forma de ser; así como un director de cine
o un escritor tiene su estilo, ella sin buscarlo le daba su sello a cada
trabajo fotográfico. Todo el apartamento se tapizó de esas imágenes que decían
más que libros, parecía más galería que casa, a mí me gustaba y ella lo amaba.
Aunque
vivía conmigo me daba mi espacio, no le molestaba que me fuera con algunos del
trabajo a tomar unas cervezas, ella me esperaba en casa, me recibía con besos y
con ganas de hacer el amor. Lo hacíamos con un poco de rudeza, le gustaba
sentir mis manos en su cuello con intensión de ahorcarla, deseaba que la
apretara, su mirada lo pedía a gritos mientras mi cuerpo acariciaba el suyo. Con
las cervezas encima me volvía vulnerable, Julieta podía tirarme a la cama con
facilidad, me golpeaba el pecho, me domaba a pesar de su baja estatura, me cubría
de arañazos, y mordía mi hombro pidiéndome más y más. A veces pensaba que era
la mujer de mis sueños por esa actitud que desconocía, como si esa de ojos
azules la poseyera, haciendo reales esos vagos sueños que algún ves entraron en
mi cabeza cada madrugada. Esa calentura extrema nacía en mi novia cada noche
que yo salía con amigos, no sé si por coraje o por ganas, pero no le di
importancia a mis cuestiones, vivía el momento, no le preguntaba ¿por qué esa
actitud?, al fin de cuentas así era ella, un día te amaba con locura, al otro
prefería guardarse en la soledad, arrullarse con el silencio, digerir sus
fotografías con la mirada, olvidándose de su entorno. Así era Julieta, difícil
de descifrar, y cunado más ganas tenía de coger, me mandaba a que saliera de
fiesta con mis amigos; no sé si era el olor a tabaco, el sabor de cerveza en
mis labios o esa sensación de no saber que hacía al no estar con ella, con
grandes posibilidades de seducir a una chica, fuese lo que fuera, ella se
excitaba y no voy a negar que yo igual. Por eso y por muchas más razones ajenas
a lo sexual, Julieta era esa clase de mujer por lo que valía la pena levantarse
cada mañana a pesar de estar embriagado de desidia, ella la destruía con el
café que preparaba. A pesar de que tenía mal sabor nunca se lo dije, era la
manera de agradecerle ese tiempo que me dedicaba al madrugar antes que yo para
calentar el agua y servirme en mi taza favorita ese café negro como sus ojos,
siendo la razón de beberlo porque semejaba el besar su mirada. Sin embargo, en
algunas ocasiones surgía en ella otro tipo de ser. Los cambios de humor que a
veces el sexo femenino despide, teñía las venas de Julieta, navegando por todo
su cuerpo hasta romper en su cabeza creando la voz producida por la furia y la
serenidad que colapsaban en palabras en donde siempre, porque no hay de otra
para ella, yo tenía la culpa, obsequiándole a mis mañanas el mismo sabor de su
café.
Fueron
más días los que pasaba con su bipolaridad que los de esa chica alocada de la
que me enamoré, por eso esperaba que regresara la mujer de mis sueños, pero
ella ya se había olvidado como llegar a estos.
Las
ganas de entrar en mi interior para rebuscar en mi cabeza la presencia de esa
mujer me caía como lluvia recurrente, la nube negra de la misma se apoderaba
sobre mí, y la pregunta ¿cómo puedo estar despierto dentro de mi sueño? condensaba
el agua que formaba esa nube, al tiempo que Julieta reclamaba otra absurda
protesta de un tema insignificante que ella lo hacía tan grande, aplastando
todo mi espacio, dejándome sin oxígeno, deseando respirar ese olor a menta que
ya tiempo atrás se había perdido en mi alcoba y en mis labios. Al segundo del
silencio presente al final de su histeria, las disculpas por su actitud besaban
mis mejillas, abrazando mi cuerpo, terminando en sexo, pero de ese frío como invierno
por mis ganas de estar con la fémina de ojos azules que quedó tatuada en mi
cabeza. Me perdí en mi pensar, recostado en esa cama vacía y tan llena de
Julieta, cobijado con sus piernas, siendo su voz ese sol que todas las mañanas
luchaba contra mi ventana, pero ésta levantó armas a mi oído intentando
taladrar mi pensamiento, sus palabras chocaban con esa persiana que le daba
sombra a mi mente, la cual se concentraba sólo en la cuestión que oscurecía más
esa nube sobre mí. - ¡Emilio, Emilio! - resonaba el eco de su voz dentro de mí,
regresé a este mundo con Julieta y un disgusto tibio salió de su boca.
-
Nunca escuchas, siempre estás en las
nubes.
-
Perdóname.
-
¡Ay! A veces me gustaría entrar en tu
cabeza, no sé, cómo un sueño lúcido, pero en ti… y golpearte hasta que
respondas.
-
¿Sueño qué?
-
Ya sabes poder ser tú, dentro de ti, no sé
cómo explicarlo, controlas tus sueños, estás despierto en ellos.
-
¿Se puede?
-
Dicen… Pero no cambies de tema y hazme
caso de lo que te estaba diciendo.
Y
volvió el aire de la habitación un libro, soplando palabras que entraban en mi
oído y salían de mí sin ser analizadas para dar respuesta. - ¿Sueños lúcidos? -
Eran las dos únicas palabras que se engancharon en mi cerebro escurriendo letra
por letra en toda mi cabeza. Necesitaba investigar sobre ese tema, tener todo
el conocimiento y herramientas para emprender un viaje de aventura dentro de
mí.
Leí
de todo, desde el cómo despertar hasta tener un cuaderno para anotar cada
detalle del sueño. Era difícil provocarte un sueño lúcido, muchos intentos que
quedaron en eso fueron parte de mis días y bostezos de mis noches. Seguía con
Julieta, pero una parte de mí ya se estaba arrepintiendo de haberle pedido que
se fuera a vivir conmigo. De un día para otro éramos como dos desconocidos
compartiendo el mismo espacio, casi no hablábamos, ella se enfocaba a sus
proyectos y yo en mi trabajo, pero sobre todo continuaba investigando sobre los
sueños lúcidos. Las noches ya no me cobijaban con sus piernas, fueron pocas las
veces que intentó seducirme como semanas atrás, y de esas limitadas ocasiones,
el hacerle el amor se sintió como si fuese Elena, una extraña de una noche. Ella
sintió lo mismo, lo percibí en su mirar deseoso de que ya acabara, los orgasmos
se escondieron en lo más profundo de su ser y por más que los buscaba no tenía
intenciones de encontrarlos. Me coloqué de mi lado de la cama, mi rostro sudaba
como si hubiera corrido un maratón, estaba agitado mas no excitado, ella me
miró, su mano rozó la mía, de inmediato la quité, no sé porque, pero fue una
reacción como la de un niño con un bicho. Y las preguntas salieron de su boca:
-
¿Qué tienes? –
-
Nada, estoy cansado. –
-
¿Ya no me amas?
Fue
directa, olvido los rodeos y disparó justo al corazón. ¿ya no la amo?, me hice
esa cuestión antes de responderle, había compartido mucho con ella, se metió en
mí como ninguna lo había hecho, fue muy rápido todo, me dejé llevar a su ritmo
y así como fue, ese sentimiento desapareció, como un recuerdo olvidado en la memoria
que por más que tratas de remembrarlo ya no está, sabes que ahí estuvo alguna vez,
pero se desvaneció al igual que el amor que sentía por Julieta, convirtiéndose
en sólo aprecio. Continuaba callado, mi silencio le contestaría, por lo que
debía decir algo para que la verdad no fuera tan amarga y no me haga parecer un
hijo de puta.
-
¿Por qué dices eso? –
-
No sé, van varias semanas que no me tocas,
y las pocas veces parece que te estuviera obligando.
-
Tengo mi cabeza en otros asuntos, lo
siento.
-
¿Es una chica?
No
podía decirle que sí, porque a pesar de que lo era, no existe, sólo vive en mis
sueños, por lo que sería una locura responder con la verdad, y una mentira
tomaría más credibilidad.
-
No hay nadie, ya te dije que tengo unos
asuntos del trabajo.
-
Me cuesta creerte, pero te creo… ¿Por qué
no sales a tomar algo con tus amigos?
Sabía
a qué venía eso, su último recurso para poder coger como lo hacíamos antes. - Que
bajo ha caído-, pensé mientras miraba al techo tratando de evitar los ojos de
Julieta que permanecían viéndome como si nada hubiera en este cuarto más que
yo. Seguí callado un par de minutos hasta que ella volvió a toma el timón de
las palabras:
-
¿Ya no te excito? –
Mis labios permanecieron cerrados,
no quería contestarle porque la respuesta le iba doler. Ya no me excitaba, se
perdió esa fantasía que me provocaba su cuerpo, que no me hacía pensar en otra
cosa más que en ella, simplemente se esfumó, desaparecieron esas ganas de
querer tocarla, de erizar su piel con mis labios, de apretar sus pechos, de
morirme a besos, se acabó el deseo porque su bipolaridad opacó toda atracción
hacia ella. Que difícil era decírselo, la iba a lastimar, aunque mi silencio
hacía lo mismo.
-No
entiendes a las mujeres- dijo con la seriedad dibujada en su rostro.
-No
entiendo ni a mi cabeza y quieres que comprenda otras. -
Fue
mi respuesta seca en esa noche fría de mayo, fueron las buenas noches más cortas
que su cabellera, y apagué la lámpara del buró, me recosté de lado, cerré los
ojos, mas no dormí. Julieta se volteó mirando a la pared, con el llanto
escondido que se desenfundaba lentamente para no ser oído, a pesar de su esfuerzo
lo escuché, no hice nada para detenerlo, mi consuelo nunca llegó a abrazarla y
ahí quedamos acostados, con el sabor de dos extraños separados por una sábana,
compartiendo la misma cama.
El
sol me despertó como siempre lo hacía, entrando por el hueco que dejaba una
persiana, la misma persiana que nunca arreglé. Miré hacia el otro lado de la
cama, Julieta no estaba ahí, ni su ropa en el closet, hasta las fotografías que
decoraban el ambiente huyeron con ella. No dejó una carta de despedida, ¿por
qué la debería haber dejado? Si mi silencio la corrió. Qué bueno que no está
aquí porque se hubiera enojado si supiera que no me causó tristeza su partida.
Realicé
mi día como cualquier otro, la misma rutina de siempre, con la diferencia que
al regresar a casa después del trabajo me tomé una pastilla para dormir, puse a
un costado mío una liberta con un bolígrafo y cerré los ojos, dejándome llevar
por la anestesia del sueño.
No
soñé con la chica de ojos azules, se había perdido en sueños pasados y no sabía
cómo regresarla a los presentes. Y en mis tardes donde no concebía el sueño,
extrañaba a Julieta, a pesar de esa sensación de añoranza no hacia ni el mínimo
intento para ir a buscarla, sabía dónde encontrarla, pero eso no era suficiente
para hacerme mover un pie, o coger el celular y llamarle para pedirle perdón. Por
más que lo intentaba, algo dentro de mí me detenía, me aferraba al suelo, me
sellaba la boca y el extrañarla quedaba en palabras banales.
Llegó
la noche puntual a la hora de siempre, mi dormir iba siguiéndole los pasos
dándole luz a mi soñar. Ya no era esa peatonal con gente de un lado a otro,
envuelta en edificios antiguos que no dejan ver el cielo. Tampoco era esa
alcoba pequeña con un ventanal en donde entra más luz de la que las lámparas
daban a ese cuarto, y lo cubría unas cortinas de tela blanca que el sol
atravesaba sin remordimiento, esa habitación de madera, vestida con un armario,
una cama y un espejo, sin necesitar otra cosa porque su espacio angosto se
vería saturado con un mueble más y en donde el calor del sol no era tan
imponente como el del cuerpo de esa mujer de ojos azules que se recostaba en
esa cama cuando teníamos sexo, sin caricias, sin palabras bonitas, sexo duro
armonizado con sus gemidos y el latir intenso de mi corazón que se aceleraba
como auto de carrera y al sentir el orgasmo de la meta, despertaba sin saber su
nombre o algo más de ella. Esta vez no fue ninguno de esos dos únicos sitios que
conocía en mis sueños con esa mujer, este soñar fue diferente, me encontraba en
un bosque, eso imaginé al rodearme de la espesura que la madre naturaleza me
brindaba con distintos árboles, que como nubes con el viento llovían sus hojas.
Anduve por un camino terroso, protegido por arboledas, parecía otoño, árboles
desnudos, hojas pintando el suelo con ese color seco, pálido, característico de
un cadáver y a cada pisada mía tronaban las hojas caídas y eran recubiertas por
otras que bajaban lentamente con el vaivén del viento. Yo seguía caminando en
ese mundo borroso. Desperté sin esperarlo, sin querer hacerlo. Agarré la pluma
y escribí en la libreta esta parte del sueño. Volví a cerrar los ojos pensando
en mi soñar, queriendo descubrir más, ya no supe si lo estaba pensando o
soñando, pero me sentía adentro de ese bosque, estaba consiente que era yo,
¿había entrado a mis sueños?, ¿ahora como salgo?, las dudas consternaban mi
cabeza y continué por ese camino terroso, bañado de hojas secas. Al final de
ese sendero se veía gente, sí, gente. Personas en ropa deportiva corriendo,
otras con vestimenta casual perdidas en su celular. Me fui acercando
desesperadamente como si una angustia me comiera por dentro, no sé porque me
preocupaba, quizá porque el ver personas implicaría la posibilidad de verla, y
eso quería, aunque sentía no estar preparado. Me paré frente a ese tumulto que
pasaba como corriente de mar sin importarles mi presencia, siendo el único
sereno en lo aturdido del ambiente. Era tan real todo, con excepción que no se
percataban de mí, ni un -con permiso- salía de sus bocas, y me llevaron en contra
de mi voluntad al mismo destino que ellos, tal si fuese una ola que te revuelca
y te jala sin dejarte ir.
Salí
como pude entre la gente que no se detenía ni un instante para coger aire, mucho
menos para cederme el paso. Me encontré de frente a una laguna o un estanque en
donde paseaban lanchas con enamorados, otras con familias, y al fondo de ese
espacio con agua, se encontraba una pieza arquitectónica con una estatua en lo
más alto de la parte de en medio y otras a los costados. Antiguos pilares
conformaban esta pieza, dejando una bella estampa en mi vista y fue más bella
al verla ahí, de pie junto a un pilar, esa mujer de los ojos azules que se
notaba su presencia a la distancia, y su mirada era recta hacia mí. Consciente
que era un sueño, me sentí Moisés partiendo el agua del estanque, para abrirme
paso, corrí hacia ella resguardado por las paredes liquidas que querían caer,
pero seguí a paso firme, en mi propio camino de Santiago. Llegué hasta sus
ojos, hasta su sonrisa, llegué ante toda ella. Desaparecieron los pilares, la
laguna, las hojas secas, los árboles y todo lo que construía ese espacio, el
entorno se volvió negro como la noche y ella resaltaba entre la oscuridad, las
palabras sobraban al nacimiento de los besos, pero antes de perderme en el
erotismo de su ser, tenía que saber su nombre o mínimo escuchar su voz, pero
mis vagos intentos murieron al sentir su mano en mi entrepierna y al erizar mi
piel con su respiración en mi cuello, mordiendo mi hombro, acabando con esa
preocupación que se ahogaba en mi pensar, para terminar en la cama de esa
habitación pequeña del gran ventanal. Desperté cansado como si hubiera tenido
una noche sexualmente potencial, sudando, con la respiración acelerada. Anoté
gran parte de mi sueño en la libreta y mientras la tinta dibujaba letras en las
hojas yo deseaba dormir de nuevo.
Pasaron
las semanas abrazando a los meses, Julieta sólo quedó en un recuerdo escondido
dentro de mí, no la volví a ver a pesar de estar en la misma ciudad; la ciudad
de México tiene demasiados habitantes, Julieta era como una gota de agua en el
océano y yo para ella lo mismo, ni nos buscábamos ni nos queríamos encontrar,
en cambio la mujer de mis sueños se saciaba más de ellos, callada como el
desierto, pero siempre presente como el viento.
Era
un enamoramiento más sexual que otra cosa, no sabía sus gustos, que le daba
risa, que odiaba, por lo que no podía sentir amor, pero siendo sincero, lo
sentía o eso creía. Me gustaba pasar tiempo con ella. Trabajaba ocho horas y
dormía el resto del día, así partió el verano, así recibí al invierno.
La
fui conociendo sin platicar, no necesitaba hablar para entenderla, descubrí que
le gustaba el pastel de chocolate, que era música, tocaba el oboe. La escuché
en un concierto de un teatro tan elegante que me resultaba difícil creer que
era de este país, Bellas Artes es impresionante pero este lugar era insuperable,
como la música que liberaba esa mujer acompañada de una orquesta, llenándome de
alegría en mi despertar con una sonrisa infantil, una sonrisa que brindaba
calma a mi dormir y facilitaba el recordar lo que soñaba, acabándome las hojas
de mi libreta, faltándole más espacio que a mi memoria.
Esas
semanas hice pruebas para saber cómo salir de los sueños; me golpeaba la
cabeza, me pinchaba con algo. Hacia distintos experimentos que leí en Internet:
dormía en el sueño para despertar en otro. Miraba el reloj, luego al frente y
regresaba la vista a las manecillas para darme cuenta si era la realidad o un
sueño. Todo esto para prepararme cuando algo se saliera de control y lo pudiera
resolver, pero la principal razón era el no quedarme dormido para siempre porque
inconscientemente lo pedía, estaba a gusto a su lado, el sexo siguió, aunque el
compartir momentos como el tomar café o comer un pastel superaron a las
caricias y los besos. Tenía un noviazgo en mis sueños, no podía presumirlo al
mundo porque me tomarían como un loco, pero ¿Quién no está loco en esta vida?,
hasta el más cuerdo a cometido alguna locura y el amor es la principal parte de
ella, en que todos hemos caído, estamos cayendo o caeremos, en conclusión,
nadie se salva, y es ahí cuando nos volvemos locos porque creemos comprender
ese sentimiento y salir librados de él sin recibir rasguño, como dijo Coelho
“el loco es loco porque piensa que puede entender el amor”. Y este llega como
el polvo, sin esperarlo, ni te das cuenta como entró, mucho menos como se va y en
el trascurso de su despedida vapulea tus entrañas dejando de ser el mismo. Esta
enfermedad es provocada por tu compañera de trabajo, por la mesera del café
donde siempre vas, quizá esa persona que conociste en una fiesta o tal vez por la
mujer desconocida que vive en tus sueños, por lo que quieres entrar en ellos a
diario. Ya estaba enfermo por segunda vez, los síntomas crecían dentro de mí,
no había medicamento para matar este sentir, tenía que esperar que pasara,
siendo el tiempo una incógnita para la cura de esta enfermedad.
Se
iba acabando diciembre y mi padecimiento aumentando su intensidad, dejé el
trabajo, no podía concentrarme en nada que no sea ella. Esta obsesión me estaba
afectado en mi vida cotidiana, desaparecieron mis amigos, le perdí la huella al
bar de siempre, mi casa era un desastre y mis ojeras seguían como cicatriz de
pandillero en mi rostro. Las píldoras para dormir, mi libreta maquillada de
garabatos unos arriba de otros, eran mis aliados en mi vigilia y esa mujer de
ojos azules lo era entre sueños.
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