Sonríe Ramiro es un señor de 55 años, barba estropeada, tez morena y delgado como un fideo, en general de aspecto deplorable por empaparse de vicios. Pero tiene un talento, sus manos se manejan por si solas, con ellas dibuja inimaginables paisajes, retratos parecientes a fotografías, infinidad de cosas logradas con un lápiz y una hoja de papel, aunque ganaba más haciendo caricaturas de los turistas que acaparaban la ciudad los fines de semana. Y ahí, en la calle principal, sentado en un bote, dejando en el suelo una tela cubierta de todos los retratos que ha hecho esperaba que le llegaran los clientes. Estos se acercaban, pero la actitud déspota de Ramiro los hacía irse con la molestia reflejada en sus rostros. Nunca tuvo tacto con las personas, su mundo de vicios lo aisló del poder entablar una plática con alguien, y tenía un enojo con la vida escupiéndoselo a cualquiera. Pocos turistas le compraban, los suficientes para poder mantenerse, sin embargo, el enojo seguía laten