TODOS UNIDOS
Un
simulacro recordando el sismo del 85 se hizo presente en la ciudad, un minuto
fue lo que tardaron en bajar los empleados de la empresa en donde trabajaba
Luis. Eran pocos, no más de 30 en un edificio de tres plantas en la Roma. Las
charlas y risas se fueron al regresar a sus cubículos para continuar con sus
labores. Así pasaron dos horas, cada uno enfocado en sus tareas armonizados con
los sonidos típicos de una oficina: murmullos, el destapar de un refresco, la
fotocopiadora encarrerada, lo normal de un martes con sabor a fiestas patrias y
la sorpresa con la que hace 32 años la naturaleza ya había aterrorizado a esta
ciudad. El terremoto le ganó a la alarma sísmica que se escuchó algunos
segundos antes de que pudieran ponerse en pie, las lámparas y ventanas
empezaron a sacudirse, los muebles comenzaron a tambalear, la gente que horas antes
había hecho correctamente el simulacro, ahora los atacaba el pánico. Unos
corrían, pero el movimiento del piso los tumbaba, a pesar de eso lograron salir.
Luis y nueve más que se encontraban en el último piso, sólo bajaron un nivel ya
que el techo se desplomó al ritmo de sus pasos, colapsando el edificio unos
segundos después. Polvo, muebles destruidos, oscuridad y un dolor interminable
en las piernas de Luis era lo único que había a su alrededor, gritaba, pero no
era escuchado, no podía moverse ya que un pedazo considerable de loza le había
caído en sus piernas, no tenía la fuerza suficiente para quitarla, estaba
aturdido y asustado. Estiró su brazo para intentar descubrir que había cerca de
él, encontrando con sus dedos un brazo que lo condujo a un pecho sin latir,
movió su mano horrorizado, las lágrimas frenéticas no dudaron en salir
acompañadas de un grito de auxilio que se iba dispersando entre cada hueco que
dejaban los escombros, perdiéndose como la luz que no sabía por donde entrar.
Los
militares y rescatistas acudieron al lugar, a ellos se les unieron paramédicos,
así como voluntarios, desde vecinos de la zona, estudiantes, hasta gente de
otras colonias que querían cooperar, moviendo piedras, llevando vivieres, en
fin, en un parpadear ya había más de mil personas ayudando como orando para salvar
a esos diez que yacían dentro del cascajo.
Eran interminables los pedazos de piedras, pero la gente hacía cadenas
humanas, limpiando la zona al paso de las horas que se fueron llevando al Sol,
para que luciera el cielo desangrado con ese rojo intenso que otorga un
atardecer, pero esta vez era el reflejo de todas las pérdidas humanas.
Antes
que el cielo oscureciera, sacaron a una mujer. Los aplausos no se hicieron
esperar y en una camilla escoltada por seis hombres, ella dejó todo el terror
atrás. Después de unos minutos, los rescatistas levantaron su brazo con la mano
empuñada, señal de que guardaran silencio para escuchar si alguien más
respondía entre el cascajo. Una voz quebradiza se escuchó enterrada, los rescatistas
usaron linternas para ver en ese paso que se abrían recuperando a otra mujer y luego
a dos más. Sin embargo, la madrugada entregó noticias amargas, tres cuerpos sin
vida fueron hallados, el nudo en la gargata en los presentes lastimaba como
alambre de púas queriendo cortar, para que se rindieran a pesar todas esas
horas de esfuerzo, pero el mexicano es fuerte y en momentos así cuando el país
se derrumba a pedazos nos apoyamos sin importar nada, sólo México, ahogando esa
sensación de querer rendirse, para luchar contra el extraño enemigo, siendo
esos soldados que el himno nos hace recordar, saciándonos de fuerza para mover
al país que llevaba horas sufriendo y por cada persona salvada, México se iba
reconstruyendo.
Con
el Sol radiante en esa mañana de miércoles otro hombre fue encontrado, los
aplausos regresaron al igual que las sonrisas y a pesar de las veintitantas
horas que habían pasado las ganas seguían por lo que escarbaban, levantando
pedazos de loza para encontrar esperanza de vida. Luis escuchaba el murmullo a
través del escombro, pero estaba débil para decir una palabra. De repente un largo
silencio, en medio de él, un grito de un rescatista que impulsó a Luis a coger
una piedra, golpeándola contra otro objeto provocando un tenue ruido que llegó
a los oídos de su salvador, quien salió del agujero y con sonrisa en rostro
levantó las dos manos, señal de que había vida. Rápidamente volvió a bajar, preguntándole
a Luis si estaba bien. Éste nuevamente golpeó con la piedra, el hombre le dijo
que no lo hiciera por las vibraciones, sin embargo, Luis entró en una
desesperación por pensar que no lo iban a encontrar, por lo que golpeó con la
última fuerza que tenía, dejando el llanto agonizando en sus ojos. Este último
golpeteo provocó lo que el socorrista le advirtió, piedras y polvo cayeron
sobre Luis, apagando la poca luz que ya había entrado, igual que la tarde fue
apagando sus luces, sin importarle eso a la gente, teniendo la esperanza en la
mirada y ecos de la misma que un perro de rescate brindaba al buscar a Luis,
lamiéndole la mano bañada en polvo, la cual respondió moviendo los dedos. No sé
si el can lo vio o sólo sintió el calor de su cuerpo, pero en ese instante pegó
un ladrido, devolviéndole la fuerza al pueblo. Y la luna vestida de estrellas
fue testigos de la unión de toda una nación, representada en unos cuantos
hombres que no descansaron hasta en encontrar a Luis, quien, al salir en camilla,
no vio los derrumbes, ni la tristeza que acongojaba al país, simplemente vio la
solidaridad de un pueblo y con ojos quebradizos entre dientes les dijo gracias,
agradecimiento que pocos escucharon, pero todo México sintió.
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