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Novela "LA MUJER DE MIS SUEÑOS" CAPÍTULO 5



CAPÍTULO V
SALUDO AL AIRE


En mi cabeza nacían una mezcla de sentimientos que me asfixiaban sin ahogarme, ya que el pensar que era real generaba una ilusión dentro de mí, sabía que era algo improbable, pero siempre la realidad supera a la ficción; una niña cae de un árbol y ese accidente la cura de una enfermedad mortal. Una familia sobrevive a un tsunami y ante todas las adversidades se reencuentran. Un portero mete gol en el último minuto para llevar el partido al alargue, luego a los penales y ataja un penal decisivo haciendo campeón a su club. Un hombre es exiliado de su país, haciendo una nueva familia en otro territorio, muriendo sin decir nada de su pasado a sus familiares, después de 53 años su hijo se da cuenta que tiene medios hermanos en otro continente y conoce el pasado de su padre. Por qué no, una mujer creada en sueños puede existir en alguna parte del mundo y a mí me tocaba averiguar para descubrir algo inexplicable.
Llevaba unos avances, España era mi principal objetivo en esta búsqueda, en específico Madrid, pero los recintos que veía en internet no se parecían a ese lugar propio de conciertos de mis sueños, por lo que investigué orquestas españolas, hasta llegar a lo más particular, oboístas. Su cara no la encontraba entre las diversas fotos que aparecían en el buscador y al escribir “orquesta española” por milésima vez, entre las imágenes había una pequeña foto que atrajo mi vista, a pesar de estar inmersa entre todas las fotografías que atosigaban la pantalla, esa edificación antigua pareciente a una mansión quiso que la encontrara y al introducirme en ella, le seguían más imágenes que complementaban cada espacio de este recinto.  En ellas se mostraba el interior del lugar, mi sueño se veía reflejado; esa sala con las butacas rojas, palcos laterales, el blanco y dorado del techo al igual que en las paredes, era sin duda esa sala de conciertos que presencié en mi soñar, Concetgebouw era el nombre que decía en la descripción de las imágenes, y se encontraba en Ámsterdam Holanda. Ahora todo se complicaba, Madrid, Ámsterdam, ya no entendía, a lo mejor era una gira en Europa, pero ¿Por qué me intentaba llevar a esos lugares?
Mi vista estaba perdida en el ordenador, mi cabeza trataba de averiguar más de lo que ya sabía, pero la confusión bloqueaba mi pensamiento. Entré en la parte de noticias que brinda la página del buscador y en el espacio para escribir lo que se quiere investigar puse Concetgebouw y un mundo de noticas aparecieron, fui bajando poco a poco para ver el encabezado de cada nota, y al final observé una que decía: “Esta semana se está llevando a cabo el IV encuentro de orquestas juveniles” … Accedí para ver completa la información, leí cada renglón, al comienzo del segundo párrafo se mencionaba la participación de España. Y las hipótesis invadieron mi cabeza; pudiera ser que esa mujer existe y actualmente está en Holanda, siendo mis sueños una guía para saber dónde se encuentra, como si fuera un GPS. Pero ya antes la había soñado en ese teatro, refutando esa posibilidad, aunque si seguimos con esa hipótesis, el haberla soñando antes ahí, significaba que me metía en ella, en sus deseos o en lo que piensa o quiere hacer. Si uno todos los puntos, tenía sentido. Ella era de Madrid, toca el oboe y semanas atrás sólo pensaba en esa participación en Ámsterdam, por lo que yo soñaba en donde ella quería estar. Sin embargo, más preguntas carcomían mi pensar, ¿por qué la vi en esa calle que se derrumbaba, o en la habitación pequeña? Y ¿por qué la soñé en el parque del Retiro?, entrando así otra teoría, en donde ella concurre esos lugares con frecuencia. Tal vez el parque es su sitio predilecto para pensar cuando el estrés la atormenta, como por ejemplo la participación en el encuentro de orquestas. Esa calle peatonal pudiera ser el camino a su departamento, el cual sería ese pequeño estudio, y toma sentido, al imaginar que esa avenida era muy transitada por lo que puede ser en la parte del centro de la ciudad, y los departamentos en el centro son pequeños, teniendo como referencia mi ciudad, creyendo que en la mayoría o en todas las metrópolis es igual. Entonces había tres opciones: la primera era que mis sueños reflejan los lugares que acude normalmente, la segunda es que son una manera de encarnar sus anhelos, y la que cobraba más sentido o se puede justificar más fácil es la tercera opción, una mezcla de ambas.
Realmente pensaba que ella existía, esas teorías me daban esa esperanza que sólo en la locura se puede tomar con sensatez. Debía de dormir para soñar nuevamente con esa mujer de ojos azules y descubrir más, poder definir la opción correcta para la postre tomar la gran decisión de ir en su búsqueda. Así que tomé una píldora para dormir y Morfeo me noqueó en esa tarde calurosa, en donde el sofá con la ropa sucia se convirtió en mi cama y la luz del sol por la ventana semejó a la luna, golpeando su luminosidad en mi rostro sin molestar a mis parpados cerrados. Los sueños llegaron tan rápido, como la primera estrella al ocultarse por el horizonte gran parte del sol. Estaba sentado en un vagón del metro, no era parecido al de la ciudad de México, éste era moderno, amplio y no había vendedores, únicamente gente sentada, algunas de pie, pero con esa misma mirada de fastidio por la rutina en el trasporte público. Al fondo del vagón se encontraba esa flaca de ojos celestes, una maleta cubría de mi vista sus piernas, ella no volteó hacia mí. Yo seguía sentado con mis ojos encajados en su rostro, al intento de levantarme, el metro frenó bruscamente haciéndome tambalear en el sueño como en la realidad, en donde desvestí mis pupilas, despertando sin estar despabilado en su totalidad. El primer movimiento instintivo fue coger mi libreta para anotar lo soñado. Volví a cerrar los parpados teniendo en mi pensamiento ese vagón, esa situación del metro en donde aterricé de nuevo, pero ella ya no estaba. Todo era borroso como perspectiva de borracho, la gente iba desapareciendo y las puertas del vagón cerrando, yo ya estaba dentro de mi sueño sapiente que movimientos hacer por lo que corrí hacia ellas, logrando salir del metro. Después de aventarme para escurrirme por las puertas del vagón, perdí mi mirar en el piso de la estación, los pasos de las personas se sentían como el latir de mi corazón y alcé mi rostro mirando a las escaleras, ahí estaba la mujer de ojos añiles subiéndolas junto al peso de su maleta. Me encontraba a sus espaldas, la fui siguiendo y por más que trataba de acercarme no lo conseguía. Existía una distancia discreta entre ambos, mi voz no era escuchada por ella, por más que le gritaba, mis palabras se iban con el viento de esa tarde madrileña. Se metió por una calle bañada de personas, bares, y prostitutas de Europa del este. En la parte final de esta rúa, exactamente en la esquina estaba un edificio sublime por su antigüedad, que perdía parte de su belleza por lo que contenía adentro, una empresa trasnacional de hamburguesas le había robado lo fascinante de esa pieza arquitectónica, perdiendo más poder por ese letrero enorme en la parte superior donde una M amarilla atraía a turistas que transitaban por esa calle. La chica de ojos celestes siguió de paso atravesando una gran avenida, yo iba de tras suyo y a mi parpadeo se esfumó en la nada, quedé pasmado al observar como desaparecía entre la gente, y al hacer un coraje desperté sin concebir el sueño nuevamente.
 ¿Ese metro era de Madrid?, ¿acaso ya regresó a su ciudad? Un puñetazo de incertidumbre me golpeaba en mi interior, ya no sabía que pensar. Ese sueño del metro se hizo cada vez recurrente, cambiando la maleta por un estuche de un instrumento musical, confirmado en mi pensar que ella ya estaba de vuelta en Madrid. Aun no sabía mucho, pero contaba con varias anotaciones, cada detalle de ese sueño del metro que se repetía constantemente y a cada soñada los detalles se resaltaban más; los meseros iban metiendo las mesas de las terrazas de los bares, las prostitutas miraban su reloj alternando ese mirar con un gesto de frustración en sus labios, sin  acaparar la atención de un cliente ya que todos preferían comer carne del restaurante de hamburguesas que se encontraba a reventar, iluminado por unas cuantas lámparas que se encendían lentamente una por una, acompañadas de los focos de los coches que paseaban por esa gran vía, dándole vida a esa esquina, esa avenida en  la que  siempre la chica que me traía a estos sueños se me perdía.
Todos esos movimientos cotidianos me daban la hora aproximada en la que ella pasaba por ahí, no necesitaba ver el cielo para saber que el sol se acababa de ocultar y al inicio de la noche, caminando por esa calle la iba a encontrar. Aunque me abrumaba el que ya no me pusiera atención, continuando con su andar sin una distracción, era invisible para ella, diferente a los sueños pasados donde el entorno desaparecía quedando sólo nosotros. Me aterraba que ya no me oyera, me asustaba que no me viera creando mi ausencia en ella, por lo que tenía que descubrir exactamente donde hallarla antes de que se alejara de mis sueños por no encontrarme en ellos.
 Investigué los McDonald’s de Madrid y fácilmente encontré el de mis sueños, ese, en la calle Montera esquina con la Gran Vía, en el mero centro de la cuna del requiebro y el chotis. Estos descubrimientos me hacían creer más en esta locura absurda para muchos, pero racional para mí. Era consciente que debía de comprar mi billete de avión para descubrir de una vez si era real mi sueño o sólo una inventiva de mi cabeza. Y si fuera real, al estar allá sabría cuál de mis teorías sería la correcta, pudiéndola encontrar a pesar del océano en el que me emergería.
Varios intentos para comprar mi ticket de vuelo fueron frustrados, problemas en el sitio web no dejaban que hiciera mi compra. La ansiedad me estaba ganando, podía aguardar un día más o llamar a servicio al cliente, mas no era lo conveniente ya que la cabeza me explotaba y el escuchar la musiquita de espera que siempre te recibe mientras aguardas a que el operador atienda la llamada, sería inoportuna en estos momentos, por lo que cogí una chamarra, salí de mi departamento y detuve un taxi para que me llevara a una agencia de viajes. El camino era largo, el silencio se apropió del entorno, no salían palabras de mí hacia el taxista, ni para decirle que redujera un poco la velocidad.  Él tampoco quiso sacar platica, estaba perdido en su mundo, con el enojo entre las cejas, la rabia empuñada en sus manos que apretaban el volante para no soltarlo nunca más. No me importaba por la desgracia que pasaba, no era su amigo ni su confesionario, pero tal vez unas palabras hubieran cambiado todo. Su pie se enterró en el acelerador, una curva se aproximaba, la pasamos con el nervio escurriendo por mi frente y cuando por fin decidí decir algo para que ese pie derecho se quitara del acelerador, un tronido similar al de un rayo sacudió el vehículo, la llanta delantera reventó. El coche comenzó a dar vueltas, yo me aferré al asiento, nada cruzó por mi mente en ese momento. Dicen que cuando alguien va a morir pasa su vida por su cabeza, como eso no sucedió, solo pensé, - no moriré -. Eran segundos eternos de giros sin final, hasta que se detuvo por completo, abrí mis ojos, estaba mareado, escuchaba mi latir en el silencio que abordó junto conmigo, de reojo vi al chofer ensangrentado, con el enojo desvanecido de sus cejas y la carencia de sus latidos. La sangre rodaba por mi frente cayendo por mis parpados sacudiendo mi nariz, mi vista se nubló, miré al techo manchado de escarlata y todo se oscureció cayendo en un soponcio.
De nuevo el metro, las escaleras, la calle Montera, la Gran Vía, el McDonald’s, y ella en ese acto repetitivo, cruzando la avenida. Esta vez no desapareció, continuando su caminar entre las calles y yo detrás suyo, en un sueño sin tonos lúcidos. Al dar unos pasos aparecí en el taxi del accidente antes de entrar a esa curva que me hizo sudar el nervio. La volcadura llegó, una y otra vuelta, ya no estaba en el auto, me encontraba tirado en una calle peatonal discreta y esa mujer frente a mí, entrando a un inmueble descolorido por el tiempo. A un costado del portón, una pequeña cafetería que se descubría únicamente por un letrero que se asomaba por una ventana opaca como este sueño que no podía controlar. Me puse en pie y entré al edificio. Fui a donde su sombra entre las escaleras dando vuelta y vuelta en un caracol de escalones que dejaba escuchar sus pasos para acariciar su sombra. Último piso, una puerta de madera con el número diez sembrado en la parte superior, oxidado por lo antaño y olvidado con los años decorando esa puerta que se fue cerrando detrás de ella. Alcancé a ver esa diminuta habitación, grité para que la puerta no la cerrara por completo, pero mi voz no tocó a sus oídos, quedando separados por una puerta de madera gruesa. La golpeé con rabia, el sonido retumbaba en todas las paredes de ese vejestorio arquitectónico, estrellé varias veces la palma de mi mano en esa madrea, a pesar que era un sueño me era imposible atravesarla. Todo se turbó, las paredes caían y la volcadura tomaba su lugar, el chofer derrumbado, partido por la cabeza, su mirada a la nada me hizo sentir escalofríos, regresando a ese pasillo viejo del edificio antiguo. El piso daba vueltas, di pasos hacia atrás deteniéndome del barandal para no caer por las escaleras y un rechinar de la puerta hizo que volteara, una luz incandescente abofeteaba a mis ojos, una silueta cubrió gran parte de esa luz, intentaba encontrar esos ojos azules en esa figura humana que agarró color al acercarse más a mí. Al perderse la intensidad de la luz me di cuenta que era una doctora… había despertado.
Me sentía mareado, aun no entendía por qué estaba empotrado en una cama de hospital, alimentado de suero, con algunos moretones en mi cuerpo al igual que varias lesiones. Una parte de mí bloqueo el accidente después de despertar.
-   ¿Por qué estoy aquí? -
-   Tuviste un accidente, pero estas estable-
Dijo la doctora mientas me revisaba. Al termino de sus palabras recordé ese momento que me volteé y vi al chofer bañado de sangre.
-   Y ¿cómo está? -
-   ¿Quién? -
-   El taxista-
Su silencio lo decía todo, fue el luto a un desconocido. Después de callar para no dar malas noticias, se despidió diciendo que en unos días saldré de aquí.
Y así se fueron arrancando los días en el calendario, el soñar con esa mujer desapareció, sólo me quedaba en mi memoria ese sueño largo que tuve en el hospital, no olvidé absolutamente nada de él y era en lo único que pensaba desde que estaba en la clínica, hasta que llegué a mi casa. Pasé los siguientes días tratando de dormir, si ni las pastillas lograban su efecto menos el cansancio que cargaba en mis ojos, esto porque los golpes en mi cuerpo no dejaban que tuviera una buena postura, privándome del descanso. El no soñar con ella me estaba frustrando, me generó ansiedad acompañada de escalofríos, el llanto se aferró a mis pupilas y la angustia a mi garganta. Estaba desesperado, ya era demasiado tiempo en el que no aparecía en mis sueños y el dormir a medias hacía imposible que ella pudiera regresar.
Seguía lastimado, pero ya podía valerme por mi mismo, pasaba el tiempo en reposo, sólo me levantaba para comer, ir al baño, o ducharme. En esas tardes donde el aburrimiento me cobijaba y el no soñar con ella me devastaba, me perdía en el internet, investigando más de orquestas, viendo fotos de calles de Madrid, dibujando esos ojos azules en la liberta de mis sueños. El tiempo explotó en ese instante, no podía continuar así, esperando. Debía de actuar, por lo que pillé un boleto de avión de Ciudad de México a Madrid, no me importó sentirme adolorido, tenía que estar allá y sólo unos días me separaban de descubrir si es real.
La semana se fue volando, la distancia para acercarme a lo imposible se acortaba al estar ya montado en el avión, aterrizando en la madre patria. Me hospedé en un hotel discreto pero céntrico. Dejé mis cosas y caminé hacia la calle Montera, pasé los bares, las prostitutas que me pedían sexo con la mirada, vi el McDonald’s y sonreí, estaba viviendo mis sueños. El sol se perdía entre la sombra de las edificaciones, pero al ver a los meseros guardar las sillas de las terrazas, supe que era la hora. Estaba nervioso, sudaba como estudiante a punto de exponer en clase. La gente seguía su marcha, los faros de los coches iluminaban la avenida, y ella no aparecía, así se fueron las horas, sentado en una banca esperando la presencia de esos ojos azules, siendo la noche la que me dijera que nunca llegarían. Fui un estúpido en creer que ella existía, todas esas hipótesis que llevaba conmigo fueron puras ideas absurdas de esta locura que llamamos amor. Esas teorías eran las respuestas que deseaba escuchar de todas esas preguntas que me hacía. Regresé al hotel, por los dolores del accidente no pude dormir, sentía que me faltaba aire o tal vez no estaba a acostumbrado a respirar sin esmog. Pudiera echarle la culpa al dolor o al cambio de horario, pero yo sabía que lo que destruía mi descanso era el haber descubierto que ella no era real, destapar esa mentira que me ilusionaba. Pero apenas iba llegando, ¿por qué rendirme tan pronto?, quizá ese día no cruzaba por ahí o no salió de su estudio, que se yo, podrían existir un millón de posibilidades y la más clara, aunque me duela aceptarlo es que no era real. A pesar de eso, debía de creer todavía que hay una pequeña esperanza, sólo fui a Montera, aún falta el parque del Retiro.
 Esa mañana, después de un pan tostado y un café fui al parque, quedé sorprendido de lo impresionante del sitio, la maleza, lo verde de las hojas que recubrían el cielo. Anonadado entre los pasillos al aire libre que este lugar regalaba, llegué a la laguna. Caminé de un lado a otro hasta treparme en el piso que sostenía los pilares, busqué sus ojos entre la gente, busqué su aroma a menta entre el olor de los árboles, busqué su esencia entre las pisadas de hojas caídas        que bañaban el parque, mas nunca la encontré y me fui de ahí con la cabeza gacha, sacudido por la tristeza que quise arrancarla de mi rostro a manos de una prostituta de Montera. Al estar de frente en esa calle vestida de esas damas que venden felicidad momentánea, al coger mi billetera para sacar esos cincuenta euros que cobran por veinte minutos de sexo en un hotel en contra esquina de esa calle y al tomar su mano que me guiaba a ese destino, me detuve a secas, le solté la mano, huyendo sin decir nada, mientras pensaba que ese acto no me iba a quitar esta tristeza que sentía por dentro. El sexo pagado no era tan prudente en este momento como lo era una cerveza. Para no se acosado por la sexoservidora o por su proxeneta, caminé fuera de esa calle, bajando al metro para perderme entre la gente. Las puertas de los vagones se abrieron, salía las personas, una tras otra, era infinita la gente, no me fijaba en los que bajaban, ni en los que subían. Entré al vagón colocándome en la puerta, levanté mi cabeza hacia el frente y al tiempo que las puertas se iban cerrando, la vi, era ella. Su chamarra se iba a atorrar entre las puertas y jaló su prenda, mirando hacia el vagón. Quedé pasmado, esos ojos azules eran reales, esa mujer de mis sueños si existía, no estaba loco. Ahí estaba frente a mí, separados por una puerta de cristal. Antes que diera la media vuelta golpeé las puertas con la palma de mi mano, regresó la vista al vagón, cruzamos miradas, el silencio se encarnó en mí y lo único que pude hacer fue saludar agitando mi mano al tiempo que el metro avanzó. No respondió mi saludo, se giró como si nada y continuó su camino, mientras yo quedé con la mano arriba, pegada a la puerta con un saludo al aire.













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