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Relato "Una mirada a París"




UNA MIRADA A PARÍS


Los pueblos mágicos en México son postales de este país, una ventana al mundo puesto que los visitantes se enamoran tanto de estos sitios, que algunos dejan sus raíces para iniciar una etapa de su vida en estos lugares, dándoles a los turistas un pedazo de su tierra natal, con alguna cosa traídas desde su ciudad de origen. Pero alrededor del centro histórico de estos pueblos hay un mundo marginado que la belleza de esas postales no muestra; la vida de jornaleros, burros como trasporte o bicicletas viejas como estas tierras. Y en una de tantas bicicletas que van rodando por las calles empedradas del centro del pueblo, iba María con su tez morena clara y ojos verdes como esmeraldas, su cabello rizado y mal recogido junto a su sonrisa de 20 años que era intensa como la fuerza que mostraban sus piernas al pedalear sin molestarle ese faldón rosa mexicano con bordados a mano. Se metía por cada calle angosta del pueblo, disfrutaba salir de los arrabales para mezclarse con el turismo que visitaba todos los días esa parte del poblado. En uno de muchos viajes en su bicicleta, frenó de golpe al encontrarse una cafetería con decoraciones de París en su exterior. Aunque era un pequeño café recién abierto, para María era algo más, era sentir un poco de París, la ciudad de sus sueños, la que veía en fotos de revistas viejas, la que vio en una película antigua, esa que siempre repetían en el único canal que cogía la señal del televisor. Por eso entró impaciente, esperando ver a un hombre francés de piel blanca, mirada misteriosa, prominente altura y unos labios carnosos que soltaran palabras con acento francés, siendo una réplica del actor de esa película antigua. Sin embargo, se encontró con un hombre poblano, estatura baja, tez morena como el café que vendía, pero eso sí, el cabello era blanco como esa piel del francés que imaginó. Una sonrisa con tonos de tristeza brotó en su rostro, pero cambió al ver cada detalle afrancesado que decoraba el lugar, pequeñas tacitas, cuadros, en fin, distintos adornos que hacían de este lugar un pequeño retrato de París.  – ¿Le puedo ayudar en algo? -preguntó el hombre muy amable.  María le dijo que quería ver cosas de París, por eso entró, ya que nunca ha salido de este pueblo y siempre ha soñado con ir a esa ciudad. A lo que él le respondió que hace tiempo conoció París. María se emocionó tanto pidiéndole con sonrisa palpitante que le contara como era. Y el hombre comenzó su historia de por qué llegó hasta allá. Él trabajaba la Talavera, todas las tazas de esa cafetería era hechas por él, y hace unos años en Alemania se realizó un festival “Rincones del mundo”, donde se exponía la artesanía, comida, entre otras cosas. Ese año le tocó a Puebla representar a México, siendo él, uno de los afortunados de ir con su trabajo artesanal. Su vuelo tenía una escala en París, cosa que le daba júbilo ya que estaba deseoso de conocer la Torre Eiffel y toda pieza arquitectónica que le daba vida a esta ciudad. Lo que no sabía, era que sólo cambiarían de avión y lo único que pudo conocer de París fue una pequeña cafetería en el aeropuerto, con esas tacitas pequeñas, baguettes y quesos en el mostrador, un mundo teñido de belleza parisina en un espacio de 4 x 4, pero suficiente para que quedara enamorado. Después de eso se vino a este pueblo que también lo enamoró, con la Talavera trajo un poco de sus raíces y con la cafetería parisina, trasladó el único recuerdo de esa ciudad que como a María también lo tenía maravillado.

Una media sonrisa de María brindaba un poco de desilusión, a pesar de que la anécdota era bonita y casi un mismo molde de esa cafetería de la historia formaba este lugar, nadie le podría contar realmente como era París. El lado bueno de este encuentro, es que conoció algo más de esa hermosa ciudad, ya no eran solamente fotografías, ni la misma película, ahora nacía una historia que se tatuaría en su memoria. Antes de despedirse, la puerta de la cafetería se abrió, asomándose medio cuerpo de un joven de tez blanca como su camiseta, altura prominente, lentes oscuros, chaqueta de piel y los labios carnosos que pronunciaron con acento francés - ¿Disculpe, me podría dar la hora? – A lo que María quedó atónita, su oportunidad de conocer París a través de un verdadero francés había llegado. Luego de que el dueño de la cafetería le diera la hora, María detuvo la media vuelta del joven al preguntarle si era de París. Si, fue la respuesta de este sujeto que esos lentes no dejaban ver su mirada, esa misteriosa que María imaginaba como la del actor de la película. Ella se acercó tanto a él que sintió su aliento, lo sujetó de la chamarra, pidiéndole que le dijera cómo era Paris, quería saber cada detalle, enamorarse más por medio de la imaginación. El joven al escucharla, le dijo que no le podía ayudar, que llevaba varios años viviendo en México, además, a pesar de haber nacido y crecido ahí, nunca conoció París. Se quitó los lentes resaltando esos ojos cerrados por una ceguera de nacimiento, al verlo, María quedó pasmada junto con el silencio que se hizo presente. El joven volvió a ponerse las gafas al dar la media vuelta para irse del lugar y María pasó los años esperanzada de las palabras o historias de alguien, que la lleven a darle una mirada a París.

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