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NOVELA " LA MUJER DE MIS SUEÑOS" SEGUNDO CAPÍTULO



CAPÍTULO II
VOLVERLA A VER

El cereal matutino no salió de su caja esa mañana, la cafetera permaneció desierta, y yo sin ducharme con cigarro en mano, sentado entre la ropa sucia que vivía en el sofá. Miré a la nada, me perdí en ella con el humo disperso en mi cabeza, la cual conservaba a esa chica de ojos azules tan inquietantes, tan prepotentes, que odié mirarlos, pero tan intensos que hablaban por si solos. ¿Qué querían decirme?, ¿por qué el miedo a mirarla a los ojos?, ¿por qué estaba en mi sueño esa mujer que no había visto antes en mi vida?, eran las cuestiones que venían a mí, a cada fumada.
Tanto pensar en ella que el tiempo se fue con la cajetilla, el cenicero se inundó de colillas y yo aún no descifraba la presencia de ella en mi sueño. Tal vez era el rostro de una muchacha que conocí en un bar, una de tantas que me dijo que no, o quizá alguna de las que me llevaron a su cama, pero esos ojos eran inconfundibles, no se podían olvidar en la resaca, mucho menos perderse entre los hielos de tragos de distintas botellas o en el sabor de varias cervezas.
Anhelaba regresar a la cama para dormir de nuevo, volver a soñar con ella, mirarla sin miedo, y preguntarle su nombre, pero cuando uno desea tanto las cosas, el destino te jode, jugando contigo. En mi caso, derritiendo el sueño que intentaba concebir. Ni todo el café que tomaba siempre me mantuvo tan despierto como esta curiosidad que torturaba mi ser, siendo cómplice del destino en su juego con mi vida.
Abandoné mi rutina diaria de mis mañanas por pensar en alguien que no existe. Fui al bar recurrente para ver si la cerveza producía en mí el placer de una siesta, y no, el cansancio no lograba sujetar mis parpados que se negaban a cerrarse, como mi mente se oponía a no pensar en ella. Las horas se congelaron corriendo en el mismo sitio, el sol seguía en lo más alto del cielo para no ser alcanzado por la luna y lo guarde entre el manto de estrellas que apenas iban en camino rumbo a esta ciudad.
Le falté el respeto a la noche adelantándome a ella, cerré las persianas de mi cuarto, posteriormente mis ojos al acostarme, relajando mi cuerpo y pensando en esa mujer. Los bostezos se alborotaron, saliendo uno y otro a la vez, apuñalándolos al colocar mi boca en mi almohada, acurrucando mis suspiros precedentes del dormir.
Ya en el sueño me encontraba en el departamento de finanzas de la empresa en donde laboraba, observé mi escritorio arrumbado en un rincón, sepultado en folders y folios. Mecánicamente hice lo que mi instinto me decía; revisé las hojas como un día más de trabajo. No se leía nada en ellas, mis manos se borraban al moverse, los colegas iban de un lado a otro sin percatarse de mi presencia, por más que gritaba, nadie volteaba. -Hey, hey… Hijos de puta- grite con rabia, era infructuoso, mi voz se evaporaba en el ambiente. Me asomé por la ventana, el panorama no era la ciudad de México. Otra vez esas construcciones antiguas mezcladas con el modernismo de una ciudad, esos majestuosos inmuebles que aplastaban las calles volviéndolas delgadas como callejones nacieron por segunda vez en mi soñar. Giré hacia mi escritorio y ya me encontraba en la calle, en esa peatonal que no tenía final, no reconocía el nombre de la avenida, el cartel se meneaba a distinto ritmo que sus letras, vi para todas partes tratando de reconocer mi alrededor, a regresar al letrero éste ya no estaba, en cambio, unos ojos azules se apoderaron de su lugar. Era ella, mirándome sin parpadear, su belleza era incomparable y su sonrisa espectacular. Caminé en ese piso movedizo, deseoso de que no arribara a centímetros de sus ojos, el suelo se cuarteó partiéndose a la mitad, yo salté entre piedras y cemento que se desvanecía en el hoyo negro que se fue formando, aterricé mis pies en la sombra de los suyos, respiré su aliento, un olor a menta que enfriaba mi nariz. Ella seguía viéndome, yo me perdía en lo profundo del mar de sus ojos, las palabras se clavaron en mi lengua dando pie a que sus labios se acercaran a los míos. Moría por besarla, cuando iba a dar la estocada de amor, sopló con suavidad y el viento de su espiración me hizo perder el equilibrio cayendo en ese agujero negro que me despabiló en la realidad. Desperté enredado entre las sábanas, y con la noche apenas llegando. Ese sueño se fue despidiendo entre lagunas mentales, remembrando sólo algunas partes del mismo, principalmente el final de él. Ese olor a menta se resguardó en mi alcoba, me extrañé al no saber de dónde provenía dicho aroma, brincando de la cama para abrir la ventana y comprobar si venía de afuera. El perfume del aire era neutro, pero mi habitación seguía salpicada de esa fragancia mentolada que hacía recordar su boca y su mirada. Las ganas de besarla se mantenían en mis labios; ansiar besar a una imagen ficticia era algo raro, no sé si era más extraño eso o buscar soñar con ella, pidiéndome ahora ser la nueva rutina de mi vida.
No dormí, la noche se vengó por engañarla y las horas pasaban lento evitando agachar mis parpados, en mi cabeza había una revuelta de ideas; entre esa mujer, las ganas de dormir y otros temas que no tenían mayor importancia, pero se impregnaban en mi pensamiento, interrumpiéndolo, volviéndolo circular como laberinto sin salida que me regresaba al inicio de todo, a esos ojos azules que resaltaban en su tez morena.

El amanecer se impactó en mi ventana agrietando las persianas que ya habían aflojado su fuerza a consecuencia de viejas batallas. Amanecí con la ilusión de dormir, pero no podía, por más que me tratara de anestesiar, las horas del sol sonaban como trompetas creando un ruido interminable para no descansar mis ojos en un día soleado, de esos para salir a caminar. No me importó el maravilloso clima que pocas veces se ve en esta ciudad, me senté en el sofá, prendí la televisión, viendo pasar el reloj a tragos de varias cervezas hasta que mis ojos se desplomaron. Soñé que caminaba por la ciudad de México, con el cielo despejado, vestido del sol quien abofeteaba mi cara, era un caminar infinito; lo que no hice despierto, vino a caer en mi dormir.
Me levanté respirando enfado por no verla en mi sueño, esa cólera se trasformó en angustia y en exasperación por no soñarla toda una semana. Me desentendí de ser yo, la frustración de ya no saber de ella se colaba en mis ojeras, el insomnio atascaba mis noches, y el hambre no azotaba en mi estómago, siendo lo único que me alimentaba esa incógnita de ¿quién era ella?
No me cabía en la cabeza todo este tiempo dedicado a alguien fantasioso, un producto de mi imaginación que sólo existe en mis sueños y al no aparecer más en ellos, me convertía en un asesino, eso era. La maté sin dejar rastro, por lo que mis ganas de vivir se fueron con ella. Tenía que revivirla, pero ya no dormía igual que antes, y las escasas horas que Morfeo entraba en mí, soñaba en lo cotidiano, en lo normal de un sueño anormal, con los rostros de la gente que veía pasar, con las historias que dibujaban mis días y coloreaban mis noches.
Me dediqué a desenterrarla, la imagen de ella era lo último que aparecía en mi cabeza antes de dormir, intentando con eso escarbar en el fondo de mi sueño para hallar una parte de esa chica; su mano, qué se yo, por lo menos una pestaña, pero entre ese mar de imágenes que apaleaban mi sueño era imposible encontrarla.
Nada cambiaba, había desaparecido de mis sueños, la intriga me comía, la desesperación le sonreía al insomnio que era el espejo de ésta. El no saber qué hacer me condujo a tomar píldoras para dormir: “Para adultos: una a dos pastillas” decía la caja. Las ingerí cada tarde, rindiéndome ante el sueño, creyendo que así, durmiendo todo el día ella volvería.
Una tormenta de desilusión empañaba mi testa, ¿por qué me sentía de esta manera? Como un perro callejero desorientado por el frío, tambaleando por las calles sin rumbo alguno. La masacré de su ausencia me desangraba lentamente, descuidando mi vida, olvidando que existía. Pastilla tras pastilla, la cafetera vacía, sin gotas de café en mis venas, nada que invitara al insomnio a mi cama, era lo que me mantenía con la esperanza de saber de ella. Vivía con los ojos agotados y el pensar derrotado por no encontrar su escondite.
Las semanas se iban con el viento que desmoronaba los atardeceres, perforando las madrugadas para fallecer en los amaneceres, resurgiendo en las tardes, acariciando los vellos de mis brazos descubiertos, que estaban recargados en la mesa de un restaurante aguardando por la comida. Entretanto mis ojos espiaban la mirada de mujeres que circulaban por la acera, buscando la casualidad de sus ojos azules en alguna de ellas. Era algo tan absurdo, inútil como pataleadas de ahogado, pero lo hacía sin razonar ya que era irónico usar esa palabra en ésta coyuntura subjetiva.
Terminé de almorzar, frente a mi mesa se sentó una joven de cabello corto, rapada de los lados. Traía gafas oscuras, al quitárselas el brillo de sus ojos negros relucía más que el sol. Una cámara fotográfica adornaba sus manos, y una sonrisa simple decoró su boca, he hizo que la observara tal si fuera una obra de arte. Pedí una cerveza para no irme de ahí. La hostigaba con la mirada desando que volteara y por un instante los ojos azules que atormentaban mi cabeza se borraron o viajaron a otra página de mi memoria, dejándome escribir en ésta una posible historia de carne y hueso.
Volteó a verme, con una sonrisa dijo hola. Tomó fotos del lugar esperando su platillo. En mi mesa se encontraba la cerveza casi llena, sudando la botella por el intenso calor, gritándome que la bebiera para no morir de insolación, no le prestaba atención porque todo mi interés estaba en esa chica de ropa alocada, que me enfocó con su cámara al verla, escondiendo mi mirada en el humo del cigarro, al tiempo que su belleza cobró voz.
-Disculpa, ¿te puedo tomar una foto?, es que estas en el sitio perfecto donde cae la luz y el contraste con el humo y esa parte de la mesa sombreada… Necesito fotografiarte.
Sonreí por su emoción y el no saber cómo expresarla en palabras. -Adelante- dije, mientras posaba para la cámara.
-No, no finjas, se tú, se natural, haz lo que estabas haciendo.
            -Verte, es lo que hacía.
Se sonrojó, pero continuó en esa sesión fotográfica que nos llevó a charlar, a tomar cerveza y entre las horas que se consumían al esconderse el día la fui conociendo, bastándome un atardecer para saber que no era como Elena. Me encantó, me despedí con las ganas de volverla a ver y aún no daba la media vuelta. Ya en casa, la sonrisa se desbordaba de mi cara, Julieta, era en lo único que pensaba al igual que en la próxima salida con ella. Esa noche no consumí las píldoras para dormir, porque la vida dio un giro para mí al cambiar de pensamiento.
Mis ojos se sellaron en el dormir, el soñar recobró vida. Un callejón rústico me daba la bienvenida a las aventuras que mi mente provocaba. Brotaron edificaciones viejas que sugerían batallas con dragones. Buscaba a los caballeros y a los caballos, sin embargo, sólo había gente caminando con celular en mano. Me topé con esa avenida que se deshacía sueños atrás. Se agitó mi respiración, mis nervios sabían que ella estaría ahí, no quería verla, por más que pedía cerrar mis ojos, el yo de mis sueños los mantenía abiertos. Unos brazos femeninos me rodearon por la espalda, entrometiéndose en mi cuerpo hasta quedar de frente con mi boca, sus manos acariciaron mi barba, no se veía su rostro, se extraviaba en el remolino de lo disparatado de un sueño, sentí sus manos estrujar mis brazos, acaricié su cuerpo sin pena, le arranqué la blusa, manoseé sus tetas. Sus labios resurgieron de la nada escoltados por su rostro que se percibía tan claro como agua de río, sus pupilas parecían el caribe teñidas en diferentes tonalidades de azul, y olvidé el nombre de la fotógrafa al sentir el coito de nuestros labios excitados, copulando en besos apasionados que tardaban en separase. Mordí su belfo para que no se fuera, le arranqué su labial e inhale su olor a menta. Abrí mis ojos volviendo a la realidad. Coloqué mi lengua en mis labios, el sabor mentolado se palpaba en ellos, mi cuerpo estaba alterado, la madrugada reposaba en el silencio y yo volvía a pensar en ella, en esa mujer que se divertía conmigo, desapareciendo por semanas para agobiarme, extraviándome en el dormir, desahuciando el mundo real, renaciendo de lo más profundo de mi sueño cuando menos la esperaba. Ahora que me daba la oportunidad de conocer a Julieta, quien me hizo soñar despierto, dejándome en claro que el tiempo es relativo porque puedes estar con alguien por muchos años sin sentir nada, o estar con una persona por unas horas y sentir todo. Al tener esto que tanto busqué, esa mujer fantasiosa resurgió de la oscuridad del sueño, seduciendo mi pensar, comportándose como una puta, incendiándome por dentro queriendo cada vez más de ella. Es una maldita, soy su entretenimiento, su juguete. Recalcándolo en mi cabeza, embobándome con su mirada de dama, sugiriendo ser una puta en la cama y al besarme con locura me indujo a un sueño húmedo de esos que alegran las noches.

Pasé las tardes de otoño con Julieta, la mayoría de las noches le era infiel en mis sueños con esa mujer pringada de erotismo que me provocaba más erecciones de las que Julieta podía en una madrugada. Era un secreto innecesario de contar, tenía una amante que nadie descubriría, que no deja en mi camisa lápiz labial, ni en mi cuerpo el aroma de su perfume, una amante que ya conocía de pies a cabeza, sin embargo, nunca había escuchado su voz, ni su nombre. No había pensado en cómo se llama, debía de tener un nombre tan extravagante como su cara, tan sensual como su cuerpo, tan impactante que el de Julieta se hundiría más allá de donde yo lo podría recordar. Eran otras dudas que alimentaba mi pensar, que se mantendrían en mi mente hasta que logré hacerle esas preguntas, obteniendo respuestas. Y así pasaría el tiempo, esperando.

El otoño se abrigó del inverno y en ese frío de diciembre mis sueños se congelaron, ya no recordaba lo que soñaba, sus ojos azules seguían grabados en mi cabeza, pero ya no tan marcados como antes. Conseguí un trabajo, mis tardes se volvieron de Julieta. Me fascinaba estar con ella; platicar, tomar algo, besarnos, dormir a su lado. Debo de confesar que hacer el amor era mejor con mi amante desconocida y eso me consternaba. Como algo que no existe tiene mayor placer que lo que puedo tocar, u oler, como algo de mi pensar se sentía más real que los besos de Julieta, que los te quiero que salen de su boca. No me debía degollar ese pensamiento, porque sé que lo de Julieta es más fuerte, o por lo menos algo tan verdadero como tangible, mis sueños también lo entendieron desde las fiestas decembrina al alejarla de ellos. Tenía en claro que entre más estuviera con Julieta hasta llegar al punto de enamorarme, esa mujer de mis sueños volvería, porque es así, bañada de intriga, con besos de duda que manipulan mi sentir, creando un conflicto en mí. Debía de prepararme cuando ella apreciara, separar lo real de la fantasía, saber controlarla, interrogarla tal si fuera policía y olvidarla como se olvidan los sueños de noches del pasado.

Enero se fue junto con febrero sin darme cuenta por lo ocupado del trabajo y por lo bien que lo pasaba con Julieta. Floreció la primavera, mis sueños ya eran cosa de la noche que algunos días los recordaba, pero la mayoría se iban en el café de la mañana. Los ojos azules de esa mujer se nublaron en mi cabeza, perdiéndose la tonalidad de su azul y el olor a menta no tocó a mi puerta esos meses. En cambio, la simpatía de Julieta, su locura juvenil, sus caprichos, su forma de reír, la manera que sacaba su lengua después de decir una broma, el ser su confidente ante todos sus problemas que vivió y los que sufre ahora, sus divertidas anécdotas y su corte de cabello que, la hace ver hermosa, no sé, la veía feliz cuando me contaba apasionada sobre la fotografía, la llenaba de alegría, y sonreía al ver en mí el mismo gesto. No miraba en ella ninguna imperfección y me di cuenta que estaba enamorado, siendo una sensación agridulce por lo que le estaba haciendo a Julieta sin que ella o alguien más lo supiera. Si bien, me hacía feliz este sentimiento que pensé nunca volver a sentir, me entusiasmaba más el creer que ahora en mis sueños regresaría el aroma a menta y el azul intenso, me daba júbilo el ansiar volverla a ver.

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