CAPÍTULO
VII
ENTRE
LA REALIDAD Y EL DELIRIO DE LOS SUEÑOS
Quería
saber mi nombre, eso cambiaba todo, ya no tenía que seguirla a escondidas, ni soñarla
solamente.
-
Emilio, Emilio Ruiz-
Respondí
con un grito cubierto de una sonrisa que calmó el dolor del puñetazo. Ella
permaneció seria al escucharme, tomó aire y dijo:
-
Ahora ya sé tu nombre y sé que eres
mejicano. Si vuelves a seguirme como lo has hecho toda esta semana, te mando a
la nacional para que te deporten, cabrón… ¿Qué te crees?, ¿que no me he
enterado? No me acoses más, no quiero saber nada de ti ni la puta razón que te
mueve a esto. Advertido estás-
Y
calló, enmudeció el entorno, siendo el silencio una bofetada en mi rostro que
sintió el daño de sus palabras, enterrándose en mis ojos, los cuales vieron
como seguía su rumbo sin esperar alguna contestación mía. La gente que deambulaba
por esa calle me miraba como bicho raro, sus murmullos me atosigaban, dejándome
sin respirar. Me sentía impotente al no poder cogerla del brazo y darle besos
como los de mis sueños. Las miradas de las personas penetraban mi piel,
rompiendo con mi quietud, haciéndome correr calles abajo sin saber el rumbo,
solo hui como si fuese un ladrón.
El
cielo apagó sus luces, las lámparas de las calles era lo único que le daba
color a esa oscuridad que brindaba. Yo estaba de pie frente al portón del
edificio antaño, esperando algo, que se yo, que se dignara a salir o que la
puerta se abriera.
Me
quedé inmóvil arrullado con el canto de los grillos. El frío se impregnaba en
mi nariz y el viento cortaba mi piel calándome hasta los huesos, pero ahí
seguía de pie, esperando.
La
puerta de la entrada se abrió a la salida de un joven que ni sus ojos levantó
para verme. Subí las escaleras, esas de caracol que no tenían final. Al estar
frente a su puerta la toqué varias veces, no escuché su voz, pero sentía sus
pasos. Cuando abrió la puerta sus ojos se estrellaron en los míos, sin dar un
segundo la cerró atrabancadamente, pero mi mano se interpuso para abrirla por
completo. La vi en un pijama corto que mostraba sus piernas, se notaban los
pezones a través de su blusa. Y como un animal hambriento me abalancé a ella
tirándola a la cama, desgarrando su ropa, ella forcejeaba mas no gritaba. Le
arrebaté el pijama y al querer besar su piel desnuda, golpeó mi cabeza con algo
tan duro que me hizo despertar. Despabilado con el sudor en rostro, las cobijas
en el suelo y la agitación en mi pecho, miré atreves de la ventana el cielo en
luto, siendo lo único que me acompañaba.
Fue
un sueño muy real que hasta la cabeza me dolía, al tocarla sentí un raspón, me
dirigí al espejo y observé que tenía un golpe. Cerré los ojos e imágenes entraron
en mi cabeza: el accidente en el taxi, el puñetazo del exnovio, ella abriendo
la puerta de su casa, el pijama corto. Abrí los ojos con susto al sentir
realmente que, si fui a su estudio, pero no le hallaba sentido si desperté en
mi casa al momento del golpe. Ya estaba más loco que la realidad, quizá por la
falta de sueño, por el exceso de café, las pastillas o porque me dijo que me
alejara de ella. Me lavé el rostro, me curé la herida y salí de la casa rumbo a
la cafetería que descansaba bajo el edifico en donde ella vivía. Al caminar por
la calle a una distancia mínima de donde se encontraba la cafetería, la gente
que vivía en esa zona, dejaron sus actividades diarias para observarme fijamente,
concentrándose en mi andar, sus miradas se aferraban a mi cuerpo, me sentía
incómodo al ser observado sin razón alguna, seguí mi paso hasta toparme con el
café. Al entrar, el señor que la atiende, el que sabía que iba a tomar “un café
con hielos”, bebida que pedía a diario por el tremendo calor que se apoderaba
de esta ciudad en estos días. Ese hombre me miró igual que los vecinos de la
cuadra, una mirada llena de preguntas, una mirada que no era igual a la de
otros días.
-Buenos
días- Le dije y me senté en la mesa
junto a la ventana.
A
los pocos minutos me llevó el café, y preguntó que me había pasado en la
cabeza. No sabía que decirle porque no conocía la respuesta, hice una pausa
esperando que las palabras me llegaran.
-
Me
caí de la cama-
-
Fue una noche larga ¿no…? -
¿A qué se refería?, ¿sabe algo que yo no
recordaba?, Sé que lo del golpe fue un sueño, nunca estuve en su estudio y
menos la ataqué, nunca lo haría, no soy un violador. Evité responder al darle
sorbos a mi café. No hizo más preguntas y mucho menos intentó sacarme alguna
respuesta. Quizá fue solo una pregunta al aire por ser cortes, para tener una
conversación en estas mañanas largas. No amagué para contestarle o continuar
con una charla, preferí ver por la ventana y deleitarme con el silencio que era
un elemento más de esta cafetería cutre que a esta hora solo me tenía a mí como
invitado. Escuché un portazo del edifico y ella cruzó caminando frente a la
ventana, se veía normal, sonrisa tímida, de esas mañaneras que apenas van
despertando. Acabé el café de golpe, dejé el dinero en la mesa y salí de prisa
hacia ella. Antes que llegara a la esquina di un grito que la hizo detenerse.
-Oye… Perdón por seguirte, y perdona
nuevamente por estar hoy también aquí-
Me
miró con ojos tristes, temerosos, tenía un golpe en el pómulo que no
contrastaba con esa sonrisa de hace unos instantes.
-Pero ¿qué te pasó?
Estaba
asustado, no quería ´preguntarle quién lo había hecho, porque no quería
escuchar que fui yo, que entré a su estudio la toque y la golpeé. Me acerqué a
ella al ver que no se iba y al estar a unos pasos me dijo:
-
Por favor, vete, ya no quiero más
problemas-
Ni
gritos, ni policías ni nada, solo dijo eso con voz aterrada y se dio la media
vuelta, dejándome con la creencia bañada de angustia de que cometí un acto violento
en ella.
-
Perdóname de verdad lo siento-
Bajé
mis parpados como si la pena me estuviera escupiendo en la cara, debía de
preguntarle quien lo hizo, aunque sus palabras dijeran lo que no quisiera oír.
Al coger fuerza para aceptar cualquier resolución, abrí mis ojos y una cámara
fotográfica de gran tamaño acaparó mi vista a pesar de la distancia en la que
se encontraba. En realidad, no fue la cámara lo que atrapó mi mirar ni mucho
menos el edifico al cual apuntaba, sino la persona quien estaba tomando la
fotografía… Julieta. ¿Qué hacía en
Madrid?
Al
regresar la vista y todos mis sentidos a la chica de mis sueños, ésta ya no
estaba, dobló la esquina para perderse entre las calles con el eco de mis
disculpas besándole la sombra. No corrí a la esquina ni pensé en buscarla entre
las calles, mi pensar quedó en Julieta, por lo que caminé acelerando el paso
para topármela de frente.
-
¿Y tú qué haces por acá? - grité.
-
Lo mismo te pregunto, pensé que seguías en
tu casa encerrado, perturbado con tus sueños locos. –
-
Mis sueños locos me trajeron hasta acá… Es
real. –
Y su rostro enmudeció, bajó su sonrisa y selló
sus labios al escuchar mi historia de cómo descubrí las pistas y todo lo que me
ha llevado hasta aquí para encontrar a esa mujer. La tristeza la
invadió, sintió que me perdía, a pesar de que ya lo había hecho tiempo atrás.
Su aflicción la maquilló con una sonrisa pringada de palabrerías en apoyo a mí.
Deseaba ver a la chica, pero le dije que era imposible, que ni yo he podido
tener una larga charla con ella, por eso continuaba en Madrid.
-
Y bueno ¿qué te trajo por acá? -
-
Me volvieron a llamar para unas fotografías relacionadas con el arte, desde
obras platicas hasta músicos, pintores todo lo representativo del arte… Las van
a presentar en el museo del Prado y en distintos museos de España y Francia. -
-
Me alegro por ti, estas cumpliendo tus sueños-
Me
respondió con una sonrisa pícara que no cabía en su rostro, se le notaba feliz.
Toqué el tema del amor para saber si ya tenía pareja, para mi desgracia estaba
soltera, y digo desgracia porque una parte de mi deseaba hacerle el amor, pero
no quería lastimarla. Pudo más el instinto carnal que el sentimental y después
de unas cañas terminamos en mi casa haciendo el amor como dos jóvenes
inexpertos, acelerados como si nos pudieran atrapar. Al ponerla de espaldas
noté que tenía unos golpes y rasguños bajo su nuca al igual que en varias
partes de la espalda, me extrañé al verlos.
- ¿Qué te pasó?
- Me caí ayer en el hostal-
- Pero aquí tienes rasguños –
Hizo
una pausa y voltio hacia mí.
-
Una también tiene necesidades… Extrañaba
el sexo, de acuerdo. -
Besé
sus arañazos y continuamos haciéndolo, sus manos se aferraban al colchón y los
gritos de placer retumbaban en esta habitación dándole un poco de vida al
grisáceo de las paredes y a la falta de personas por la casa. Terminamos con el
agotamiento derrochado en sudor, el cuerpo agitado y una relajación que nos obligó
a quedarnos un rato más acostados como los viejos tiempos. Después de unos
minutos en donde el silencio cobró vida, Julieta se levantó y agarró su cámara
para tomarme fotos; una tras otra, se iban disparando, yo reía, ponía mi mano
en frente para cubrir mi rostro. Ella continuó tirando con su cámara,
acercándose poco a poco a mí para tomarse una a mi lado, acostados entre las
sábanas vacías de sentimientos que ella quería rellenar. Le pedí ver las
fotografías, pasé una luego otra y así me fui hasta que acabaron, saliendo
otras en donde ese rostro moreno con ojos azules era lo que relucía; una, dos,
tres, perdí la cuenta, en todas aparecía esa chica de ojos azules. Mis gestos
cambiaron de las risas a seriedad, por lo que Julieta rápido cogió su cámara
con enfado.
-
¿Qué haces? Eso es privado. Es parte de mi
sesión de arte –
-
Pero sólo hay una mujer en ellas-
-
Le tomé fotos a varios de la orquesta,
ella se apoderó del lente, yo no lo controlo-.
No
le creía nada, Julieta ya sabía quién era esa mujer. Comencé a dudar de lo que según vino hacer a
Madrid, pero ¿Cómo sabía quién era? Pudo investigar como yo, basándose en lo
que le conté de mis sueños, o se la pudo topar de casualidad en la sesión y se
dio cuenta que concordaba con la mujer que soñé. Ya estaba especulando, debía de
tranquilizarme y no entrar en la paranoia.
-
No se por qué te pones así, ¿la conoces o
qué?
-
No conozco a nadie en esta ciudad-
-
¿Entonces, por qué te alteras?
-
Sólo se me hizo extraño, muchas fotos a
una persona –
-
Es arte, pueden ser muchas fotos, pero en
una sola capturaré toda su esencia y es lo que descubriré cunado trabaje en
ellas… O qué, acaso es tu chica esa la prostituta y música -
-
No digas pendejadas-
-
Tu estas aquí por alguien que soñaste… yo
las digo, pero tú las haces-
-
Existe y será mi novia –
Julieta
enfureció en silencio, la seriedad rompió con esa sonrisa de palabras atrás y
se quedó sin nada más que decir. Lo noté, se le dibujaba en su rostro el enfado
y el creer que ella estaba en Madrid para buscarla me hizo provocarla más.
-
¿Acaso te emputa eso?, ¿te duele que ya me
perdiste? –
-
Me acabas de coger-
-
Tú lo has dicho, solo cogimos nada más-
-
No me interesa volver contigo, te lo dije
en tu casa y te lo repito hoy, eres un pendejo, un loco que vienes al otro lado
del mundo a buscar lo que no quisiste tener en tu ciudad por miedo, yo vine a
trabajar no a desperdiciar mi vida –
-
Te duele que la haya encontrado, que lo
nuestro no funcionó por tu pinche actitud como la de ahorita. Te duele que cada
vez que nos vemos cogemos y desaparecemos de nuevo y te duele más el saber que
un sueño me excitaba más que tú... Haz
tus putas fotos y no me busques ni te interpongas en lo que vine hacer acá.
-
Estás loco, te vas a quedar solo, me
escuchaste, sin ella y sin nadie cabrón-
Julieta
cogió sus cosas hiéndase de la habitación con el cólera arrastrando en su
andar, denotaba un remolino de diversos sentimientos y podía cometer una
locura. Me levanté de la cama, al ponerme el pantalón escuché un fuerte golpe
por el pasillo. Al ir hacia allá sólo vi la sombra de Julieta salir por la
puerta de la casa tirando todo lo que encontraba a su paso. La puerta de la
habitación del hijo de don Manolo recibió el sentir de una mujer despechada
envuelta en enojo. La tentación de entrar en ese cuarto despertó en mí al ver
la puerta a punto de caer derrotada. No sé porque quería saber del chico,
talvez deseaba romper las reglas de lo prohibido. Dejé a un lado mis
pensamientos y salí apresurado para impedir que Julieta hiciera algo de lo que
se podría arrepentir después. Se esfumó sin dejar rastro, supuse que iría al
edificio antaño en busca de esa mujer por lo que me fui deprisa sin pensar en
otra cosa, sin importarme las miradas de los vecinos, simplemente llegué ahí en
la esquina frente al portón esperando que apareciera Julieta o la chica de mis
sueños.
El
sol se fue evaporando, las luces de los faros comenzaron a encenderse y entre
las ventanas de los departamentos observé las miradas de los viejos hacia mí, nadie
quien yo quisiera ver entró o salió del edificio por lo que partí a mi casa,
para enterrarme en el descanso o por lo menos tratar de llegar a él.
El
frío se apoderó de la noche, sabía qué helaba más no lo sentía, caminaba por
las calles sin saber a dónde ir, tenía intención de llegar a mi casa, pero el
camino se hacía eterno. Al frente de la calle estaban esos ojos azulados que
resaltaban en esta oscuridad, corrí a ella y su ex novio apareció de tras suyo con
una piedra en la mano, junto con su mirar penetrando mi ser. Di la media vuelta
corriendo con desesperación, me atormentaba el miedo, rogaba que fuera un
sueño. Me golpeé en el brazo sin sentir dolor. Estaba soñando, pero la angustia
me comía, esa persecución se convirtió en una pesadilla. De pronto la chica de
mis sueños se paró al frente mío, volteo a verme, su rostro denotaba golpes,
escuché su voz que decía que me fuera, lo repetía muchas veces – vete, vete,
vete- pero no podía huir, miré atrás, el ex novio arrojó la piedra al grito de
-Ana aléjate- cerré los ojos al encontronazo
de la roca en mi rostro, al abrirlos me encontraba en el pasillo de mi casa.
-
¿Ana?, ¿se llama Ana? -
Esperaba
un nombre más exótico como su belleza, aunque su simplicidad la hacía real, en
mi mente solo retumbaba ese nombre y no me percaté al instante que la puerta de
la habitación del hijo de Manolo estaba abierta. Al entrar a ese cuarto todo se
sentía tan normal ¿habré despertado? El polvo acaparó gran parte de los
muebles, observé las cosas del joven; fotos, libros, ropa, un balón. Lo típico
que le gusta a un chico de 17 años. En el buró había una libreta, al abrirla,
dibujos de una mujer nacían en cada hoja, la joven con los mismos rasgos de Ana,
los ojos pintados de azul, flaca como fideo, era ella no había duda.
-
Que haces en la habitación de mi hijo-
Escuché
al tiempo que miré a la puerta y el susto me hizo despertar, era otro sueño. Vi
el reloj, luego alcé la vista a la nada y volví a las manecillas que marcaba la
hora correcta, ahora sabía que ya estaba despierto, tirado en la cama en ropa
interior con la luz de la luna pegando en mi ventana. Me puse en pie y fui al
pasillo, justo enfrente de la puerta del cuarto del hijo de don Manolo, la cual
estaba agrietada mas no abierta. Deseaba descubrir si ese cuaderno se encontraba
ahí, y si así fuera ¿por qué había dibujos de ella en él?
Abrí
la puerta a empujones y entré a esa habitación polvorienta con nada fuera de su
lugar. Busqué esa libreta, pero no la encontraba. Desordené todo por la
desesperación que se acurrucaba en mi pensar y al mover el buró vi ese cuaderno
en el suelo, al abrirlo, la mayoría de las hojas estaban arrancadas. No
comprendía que tanto mis sueños me decían, pero Ana tenía una conexión con el
hijo de Manolo ¿Qué podrá ser?
Igual era su amor platónico, su maestra de
música, que se yo, tendría que investigar, encontrar las hojas arrancadas y
saber si ahí estaba dibujada para que estas dudas no se quedaran solo en el
juego del soñar.
Ya
no dormí esa noche, muchas cosas en mi cabeza que no me dejaban concebir tal
dicha, me quedé en la sala sentado, pensando en toda esta locura. Como sentí
esos sueños tan reales, y el miedo me apuñaló porque no quería confundirme
haciendo algo inapropiado creyendo que es pura fantasía del descanso de mis párpados,
no lo deseo y Dios lo sabe. El pánico de dormir o no hacerlo entró en mí, pues me
aterraba perderme entre la realidad y el delirio de los sueños.
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