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Relato corto TAMMY



TAMMY



Un ladrido, luego otro y un lengüetazo en mi mano. Así conocí a Tammy, una perrita negra, que le dio color a mis días de infancia. Con ella los veranos pasaron envueltos en risas, juegos y tardes en que Tammy se convirtió en parte de mi vida, esa pequeña parte que me hacía feliz. Ella también lo era, me lo decía su rabo al moverse, su lengua al apoderarse de mis mejillas, sus corridas por el patio y el soportarme sobre su lomo sin importar lo cansado que era, ella siempre se dejaba, siempre quería jugar. Esa perra negra de grandes cachetes como su apetito, el cual fue aumentando al paso de los meses, las croquetas no eran suficientes, su cuerpo iba creciendo y necesitaba más alimento, como espacio, ya que el patio era pequeño y su porte en pie, lo hacía verse aún más. La puerta de madera que da del jardín a la casa pagó las consecuencias del hambre de este animal, la fue mordiendo hasta desprender gran parte de la madera, nunca supe si se la comió, pero los pedazos de la misma nunca aparecieron, así como los clavos, o cualquier cosa que se dejaba en el jardín unas cuantas horas. Todo se esfumaba por arte de magia, la seriedad de Tammy viéndonos buscar las cosas mostraba seguridad de que no tenía idea de donde pudieran estar, aunque para mis padres ella tenía estómago de acero, arrasaba con todo a su paso igual que un huracán. Por ella el jardín se marchitó, las plantas tenían miedo de nacer, algunas valientes florecían, pero Tammy las arrancaba, además dejaba hoyos en el pasto semejando un campo de batalla, por lo que mi padre decidió regalarla a un lugar donde tuviera más espacio, donde las travesuras no se notaran tanto. Sin embargo, la segunda familia no la aguantó mucho y un día como cualquier otro le dijeron adiós, la dieron a una nueva familia, pasando luego a otra y a otra, siendo el tiempo tal si fuera viento el que soplara en su rastro desapareciéndolo lentamente de nosotros.

Ya en mi adolescencia fuimos a visitar a una tía, casi no íbamos a su casa, vagamente recuerdo dos o tres ocasiones. Mi padre compró comida y me mandó por refrescos a la tienda que estaba a una cuadra. Al llegar a los abarrotes, un ladrido furibundo estalló en el patio de una casa junto a la tiendita, haciéndome pegar un brinco, al segundo ladrido me detuve, lo reconocía como si fuera una voz de un familiar. Diez años han pasado desde que oí un ladrido similar, con diferencia que este dejó las notas de bondad a un lado, sacando la bravura que nunca había escuchado en un can. Al mirar a través de la reja, vi a un perro grande de color negro y canas en su hocico, los ladridos eran más intensos al verme, por más que intentaba acercarse a la reja para atacar, la cadena en su cuello le impedía llegar y entonces vi sus ojos, esos ojos negros con el mismo brillo que tenía Tammy cuando buscábamos los objetos perdidos en el patio, ese brillo con el que me veía al jugar. Sin pensarlo grité -Tammy-… La perra dejó de ladrar y un sollozo brotó en ella, -Tammy, Tammy – repetía sin cesar, al tiempo que Tammy aullaba de felicidad, la furia de su ladrido se convirtió en llanto de querer abrazarme, su cola se movía con gran fuerza, su lengua salía de su hocico deseosa de estrecharse en mis mejillas. No puede evitar soltar algunas lágrimas al verla ahí amarrada como esclava, con el collar dejándole marcas en su cuello por todas esas veces que quiso zafarse. Ahora estaba en un espacio grande, y en el plato de comida sobraban las croquetas, lo único que le faltaba era vida. se notaba en su mirada, y en el sonido de su chillido que decía que me extrañaba. A pesar de que han pasado diez años, de que esté amarrada por su bravura, que cambió de nombre varias veces como de familia, Tammy se acordó de mí, recordó que alguna vez tuvo vida, que alguna vez fue feliz. Olvidé los refrescos, fui directo con mis padres, quisimos hablar con el dueño, pero no lo encontramos en casa. - Mañana hablaremos con él- dijo mi padre con una fuerza determinante, anhelante de recuperar a Tammy. Regresamos la tarde siguiente como lo dijo mi padre, al asomarnos por la reja, vimos solamente la cadena junto al plato con croquetas y una casa de madera vieja carcomida por el tiempo. Los ausentes ladridos se sentían en el entorno, al tocar la puerta nadie abría, el silencio era lo único que nos recibía y de pronto, un coche se estacionó frente a la casa, una pareja mayor bajó del vehículo. - ¿Se les ofrece algo? Preguntaron, y al darle respuesta, un nudo en la garganta amarró la voz de la señora, su esposo apenado nos dijo que la habían llevado a dormir. Y así se fue Tammy con una inyección, imagino que no sufrió, y a pesar de que no le pude decir adiós, sé que su último recuerdo que la bañó de alegría fue escuchar mi voz.

Comentarios

  1. recordé a mi perro Jetro, lo compramos de 1 año, mi mamá quería un perro grande y nos lo vendieron porque el patio en el que vivía era pequeño, su vieja familia de vez en cuando pasaba por la casa y desde fuera lo acariciaban y le hablaban, este se ponia como cachorro, era grande de apariencia agresiva y al verlos se hacia dócil, alegre y muy entusiasta, tu relato me lo recordó y hace ver la nobleza de estos animales.

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